Page 335 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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        beres para con Dios no destruye nada de aquello. Por eso, lo que te
        ha sucedido, ¡oh señor mío!, no exige en modo alguno que yo huya
        de  ti y te aborrezca. Esto es lo que yo creo." Y  le dijo  el maestro:
        "Acertaste y atinaste. Así, así es. De otra manera, no y no." Y después
       de aquello, el discípulo no se desvió de esa norma y así llegó a los más
        consoladores y hermosos estados místicos y a las más altas moradas
        de perfección.
          Es también condición del novicio que, cuando entre por vez prime-
        ra en la casa del maestro, la considere como si fuese su propia sepul-
        tura, sin que se le ocurra jamás la idea de salir de ella, a no ser des-
        pués que haya muerto.
          Todo novicio que vea en su maestro alguna imperfección y que,
        sin embargo, se instale en su casa para tomarlo por maestro, es un
       hipócrita a quien Dios pedirá estrecha cuenta.
          Todo novicio que se lava el hábito, sin estar manchado con inmun-
       dicia ritual, sino tan sólo por motivo de amor propio, o que se da an-
       timonio en los ojos para embellecerlos, o que se peina  el cabello, o
       que gusta de adornarse exteriormente sin necesidad o sin que se lo
       mande su maestro, está enfermo moralmente.
          Es también condición del novicio que sea vigilante y fiel, pues está
        en un camino en el que no logran los dones celestiales más que los que
        son fieles.
          Sea fiel en guardar los secretos que se le encomienden, sin reve-
        larlos a nadie, a no ser que se lo mande el mismo que se lo comunicó.
        Cuéntase que un maestro tenía un discípulo que pretendía ser  fiel,
        aunque el maestro sabía que era lo contrario. El discípulo contradecía
        en esto a su maestro, pretendiendo, para demostrarle su fidelidad, que
        le comunicase alguno de los secretos misterios de Dios. Cogió el maes-
        tro, cierto día, a uno de los condiscípulos de aquel novicio y lo ocultó
        en una habitación. Tomó luego un carnero y lo degolló y lo metió en
        un saco. Entró entonces aquel discípulo que presumía de fiel, y al ver
       al maestro teñido en sangre y ante él  el saco y  el cuchillo, exclamó:
        "¡Oh, señor mío!, ¿qué has hecho?" El maestro le respondió: "Pues
        que fulano me ha ofendido y lo he matado", refiriéndose al discípulo
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