Page 334 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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El respeto  al maestro      323
       puede tomar. Antes bien, evite todo encargo a los demás en lo posible.
          No realice movimiento alguno sin examinar previamente lo que en
       él haya de agradable a Dios y de grato a su amor propio, y suprima
       de su acción todo estímulo de amor propio, rectificando la intención y
       cumpliendo los requisitos de la cortesía que van implícitos en el sen-
       timiento de la presencia de Dios. Mientras el inovicio deje que las gen-
       tes le pidan su bendición y le miren con ojos de veneración y respeto,
       tenga por evidente y seguro que no se salvará. Por eso, la más dura
       imprecación que a juicio nuestro puede lanzarse contra uno es el de-
       cirle: "¡Hágate gustar Dios  el sabor del amor propio!", pues el que
       saborea el gusto del amor propio, no es de esperar que se salve jamás;
       es decir, el que se deleita cuando las gentes lo miran con ojos de ve-
       neración y bendición. Guárdate, pues, de eso.
          Debe también el novicio tener por indiscutible que su maestro co-
       noce a Dios y tiene de El la misión de amonestar a sus criaturas. No
       es necesario, sin embargo, que crea en la impecabilidad de su maestro
       en todos sus estados de conciencia, porque ¿cómo ha de estar obli-
       gado a creer eso, cuando oye a Dios mismo que dice (Alcorán, XX,
       119): "Pecó Adán contra su Señor"? Preguntáronle a uno de los
       grandes maestros sufíes si podía pecar el místico contemplativo, y con-
       testó (Alcorán, XXXIII, 38): "El decreto de Dios está preestableci-
       do." Un discípulo que andaba en compañía de su maestro lo vió cierto
       día cometer adulterio con una mujer; pero no por eso cambió [98] su
       conducta de sumisión al maestro, ni introdujo alteración alguna en la
       normal obediencia a sus prescripciones, ni dió muestras exteriores de
       que su veneración hacia  él hubiera sufrido menoscabo. El maestro
        sabía que le había visto pecar, y un día le dijo: "¡Oh hijito mío! Sé
       que me viste cuando pequé con aquella mujer, y yo esperaba que por
        eso huirías de mí." A lo cual respondióle  el discípulo: "¡Oh, señor
        mío! El hombre está expuesto al curso de los decretos de Dios sobre
        él. Pero yo, desde el momento que entré a tu servicio, mo te he servido
        porque fueses impecable, sino que tan sólo te he servido porque eras
        conocedor del camino de Dios y de los medios de recorrer ese camino,
        que es lo que yo busco. El que tú hayas faltado a algunos de tus de-
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