Page 347 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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336          Parte III.— Textos: Amr, 106, 107
       compañero, o bien que se haga discípulo y fámulo suyo para aprove-
       charse de sus enseñanzas. Esta es condición esencial del camino de
       Dios.
          Los novicios, al visitar al maestro, deben entrar a él con el cora-
       zón vacío de toda idea propia y dispuestos a aceptar cuanto el maes-
       tro les comunique, hasta que salgan de su presencia, sin que se pueda
       concebir siquiera que le contradigan jamás. Si por acaso les sobrevi-
       niese la idea de no admitir algo de lo que les diga, repréndanse inte-
       riormente a sí mismos diciendo: "A este grado no ha llegado aún mi
       alma." Pero jamás atribuyan aquello a error del maestro, pues quien
       tal hiciere, no anda recto por el camino de Dios.
          No deben entrar los novicios a presencia del maestro ni sentarse
       ante  él, sin estar purificados previamente con la doble purificación,
        externa o ritual y mística o interior, es decir, como musulmanes, cum-
        plidores fieles de la ley islámica, y como sumisos discípulos del maes-
        tro. Nuestro señor Abumedín (1) acostumbraba a decir, a este propó-
       sito: "Al comienzo de mi profesión, jamás entraba yo a presencia del
       maestro, sin haberme antes lavado y limpiado mi hábito y mis miem-
        bros y todo cuanto llevaba sobre mí, y sin haber purgado también mi
        corazón de todos mis pensamientos e intuiciones. Entonces entraba.
        Si después de eso me admitía y acogía, en ello encontraba mi felici-
        dad; y si me rechazaba y me abandonaba, mía era la culpa y la des-
        gracia."
        ARTICULO  4.° DE SUS TRATOS CON DIOS, DE SUS CUALIDADES
                   Y DE SUS MANERAS DE VIVIR
          Una de las reglas de su trato con Dios (y son pocos en verdad los
        que la practican) consiste en que el hombre tenga la convicción de que
        Dios en todo momento dirige sus miradas a los corazones de sus sier-
        vos, y con ellas les otorga todas cuantas gracias y dones de ilumina-
        ción le place. Y así, cuando Dios abandona a una persona durante al-
        gún tiempo o aparta de ella sus miradas, aunque sólo sea un instante

          (1)  Cfr. supra, parte primera,  II, pág. 60.
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