Page 349 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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338          Parte Ul—Textos: Amr, 108, 109
        no por eso le reprenden ni le dicen palabra, salvo  el caso de que  el
        fámulo sea a la vez discípulo del maestro a quien sirve, pues entonces
        el maestro debe castigarle si contraviene sus órdenes. En cambio, en-
        tre los hermanos, en sus mutuas relaciones, no cabe  la reprensión,
        como tampoco debe ser reprendido el novicio, cuando hace algo sin
        que preceda orden del maestro.
          Y dígase lo mismo [108] en lo que toca al trato de los sufíes con
        las gentes del mundo: soportan los daños que les hacen, sin devolver-
        les mal por mal..., antes al revés, les prestan su ayuda con obras de
        beneficencia: socorren  al afligido, dirigen  al extraviado, enseñan  al
        ignorante, despiertan al negligente. No usan de cortina ni de portero:
        todo el que los busca, los encuentra; todo el que quiere llegar a ellos,
        lo consigue; de nadie se ocultan, ni jamás dicen, al que los necesita, que
        vuelva más tarde; a ningún mendigo despachan; confortan  al débil,
        consuelan al triste, tranquilizan  al tímido, dan de beber al sediento,
        sacian al hambriento, visten al desnudo y ayudan al siervo, sin omitir
        jamás ninguna obra buena ni osar cometer obra alguna mala.
          Algunos de ellos llegan al extremo de tener su voluntad pendiente
        de todos los acontecimientos que ocurran, sin distinción, exceptuando
        de esta conformidad tan sólo los pecados, es decir, los actos que Dios
        prohibe, pues con ellos no están conformes. El que a este grado de
        perfección llega, todo cuanto el fámulo o las gentes le hacen, lo acepta
        y se conforma con ello, como si él mismo hubiese intentado o querido
        que se lo hicieran, pues su voluntad no quiere otra cosa que lo que
        Dios quiere que le ocurra por manos de sus siervos, y en lo que atañe
        a su propia alma, está ya aniquilado, por haberse desprendido del
        mundo de su alma, y el que no tiene alma, no tiene tampoco intención,
        y cuando la intención propia desaparece del corazón del siervo de Dios,
        desaparece también toda enfermedad moral, pues la causa de las en-
        fermedades morales es la falta de adecuación con los propósitos o in-
        tenciones (1).
          Otra de sus cualidades es la penitencia. A cada momento piden

          (1)  Cfr. supra, parte segunda, IX, pág. 209.
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