Page 398 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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La confiada obediencia al maestro espiritual 387
guste, sino porque él te lo manda. Si, en cambio, te manda que te
dediques a la vida contemplativa, obedécele también y estáte en quie-
tud, no porque te guste, sino porque te lo manda, pues él, mejor que
tú, conoce lo que más te conviene. El, por otra parte, anhela más que
nadie tu provecho espiritual y pide a Dios que por su medio te envíe
sus luces..., pues, además, él confía en que el bien que a tu alma le
procura con sus consejos le servirá de mérito ante Dios para compen-
sar asi sus deméritos propios. Sabe él también que contigo aumenta el
número de los que aspiran a la vida devota bajo la dirección de los
maestros de espíritu, que son los herederos de los profetas... Cuando,
pues, ese maestro desea tu salvación y la salvación de sus otros discí-
pulos, hasta el punto de ansiar que los hombres todos se salven por su
medio, no anhela otra cosa que multiplicar el número de los seguidores
de Mahoma... y este grado de perfección es de los más altos, porque
no le mueve a dirigirte ningún interés egoísta, sino que su propósito
se cifra tan sólo en el anhelo de honrar y glorificar al Profeta [112].
Y como esta y no otra es la intención que mueve al maestro, claro es
que Dios le tiene que premiar, en la medida de lo sublime que es su
grado de perfección. ¿Cómo, por consiguiente, cabe sospechar que el
maestro sea poco celoso en dirigir al discípulo, atendidas todas estas
consideraciones y, sobre todo, los frutos espirituales que merece su
intención?
Porque los motivos de duda que puede tener el novicio, respec-
to del éxito de su aprendizaje, tienen que obedecer a una de estas
dos causas: o porque el maestro sea poco celoso en aconsejarle, o
porque sea imperfecto. Pero si el discípulo sospecha, por uno de estos
dos motivos, que su maestro no logrará jamás abrirle paso a través
del camino espiritual después de haberle servido como discípulo mu-
chos años seguidos, debe reflexionar que esta tardanza obedecerá más
bien a otras causas, que el director conoce perfectamente y que serán,
sin duda, o defectos de parte del discípulo o dificultad nacida de la
alteza del grado espiritual a que el maestro intenta elevarle. El hom-
bre es, por temperamento, impaciente y apresurado. Por eso, el que
aspira a la perfección, se impacienta al ver la lentitud de la empresa y