Page 405 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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394        Parte 111.—Textos: Mawaqui, 134, 142, 143
        virtudes propias de esas moradas o no hay manera de suponer  tal
        cosa?" Es cierto que él andaba sobre las aguas y por  el aire y que
        bajo sus pies se plegaba la tierra; pero en la presencia de Dios, ese
        tal no ocupaba rango alguno, porque dichos carismas no eran, a los
        ojos de Dios y respecto de ese tal, grados de perfección, es decir, con-
        secuencias de premisas, ya que andaba extraviado; eran tan sólo, más
        bien, consecuencias de premisas censurables, existentes en  el sujeto.
        Dios quiere usar con él de astucia, mediante esos prodigios, y servirse
        de ellos como de prueba para tentarle, a ver si él se ilusiona imaginan-
        do que la causa que le ha hecho llegar a poseer tales carismas es ca-
       balmente los actos que ha cometido, contrarios a la ley divina, puesto
        que, si no hubiese acertado con el verdadero camino, no le habría su-
        cedido eso. Y es que el desgraciado se olvida de comparar el estado
        de su alma con los dictados de la ley divina. Pidámosle a Dios que
       nos libre de ser de aquellos ilusos, cuyas malas acciones se les antojan
        buenas y que por eso se obstinan en practicarlas. En cambio, si el su-
        jeto está realmente revestido de las virtudes y llega a las moradas di-
        vinas a que hemos aludido, como éstas son realidades de la herencia
        profética, no dan jamás otro fruto que la rectitud moral...
          Si todavía me dijeras: "Descríbeme, pues, esas cualidades espiri-
       tuales o virtudes, mediante las cuales supones que el místico, de ellas
       revestido y adornado, penetra las esencias de esas moradas", te res-
       ponderé: Ten entendido que el carisma de recorrer largas distancias
       en un instante es patrimonio de los que se consagran al combate es-
       piritual y rompen la nave de sus cuerpos, a fuerza de mortificaciones
       y de fatigas en los ejercicios ascéticos. Y esto es así, porque Dios, sa-
       bio y providente, ha depositado en la analogía los fines de su provi-
       dencia. Sobre ese principio fundamental se basa este libro. No hace
       aparecer Dios morada alguna, sin que entre ella y la virtud o cualidad
       espiritual que a ella conduce exista analogía. Así, por ejemplo, el ojo:
       si estrictamente cumples los preceptos que Dios te impone respecto del
       mirar y te revistes de las virtudes que a los ojos corresponden y a las
       cuales Dios te invita y te afanas por realizar a la perfección todos
       los actos que implican, la recompensa del ojo será la contemplación
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