Page 406 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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mística. Si en vez de la contemplación se te otorgase como premio
el don del coloquio divino, el alma resultaría deleitada en cuanto al
oído y no en cuanto a la vista y quedaría ésta sin deleite alguno, pues
que la esencia de la vista es el mirar y ella no entiende qué cosa sean
el coloquio y las palabras. Ahora bien, el premio, para el Sabio y el
Justiciero, tiene que ser adecuado a la naturaleza del que lo recibe y
homogéneo a ésta, pues la equidad pide que ponga cada cosa en el
lugar que le corresponde. No debe, pues, poner la contemplación mís-
tica como premio de las virtudes del oído, ni el coloquio con Dios
como recompensa de las virtudes de la vista, ya que sus respectivas
esencias lo repugnan. Claro es que racionalmente cabe suponer posi-
ble que la vista oiga, pero entonces ya no será realmente vista, sino
oído, pues tan sólo es vista, en cuanto que ve y contempla, aunque esté
dotada de una sola percepción para oír y ver.
[142] Todos los carismas y grados de perfección mística, que he-
mos explicado hasta aquí, como propios de las virtudes correspondien-
tes a los varios órganos corpóreos, redúcense en último término al co-
razón únicamente, pues si no fuese por el corazón, ningún carisma
poseerían los [143] órganos corpóreos. En efecto, todo acto que de
ellos procede, si no va acompañado de la pureza de intención, que es
el acto propio del corazón, no es más que polvo que se disipa en el
aire, pues ni tiene consecuencia alguna jamás, ni sirve para lograr la
felicidad eterna. Dios mismo lo dice así (Alcorán, XCVIII, 4): "¿Qué
se les manda, sino que sirvan a Dios con religiosidad sincera?" Y el
Enviado de Dios añade: "Los actos no son actos, sino por las inten-
ciones. Cada hombre no tiene, de suyo propio, más que aquello que se
propone..." De aquí resulta evidentemente que los actos todos, internos
y externos, es el acto del corazón quien los purifica o los mancha,
pues los otros miembros corpóreos carecen por sí mismos de movi-
miento y de reposo, así para cumplir la ley religiosa como para rebe-
larse contra ella, sin el previo mandato del corazón y sin su voluntad.
Lo primero que nace en el corazón es la idea imprevista. Si se fija en
ella el corazón y forma el propósito de realizarla, mira entonces al
miembro propio del acto que piensa realizar y lo pone en movimiento,