Page 416 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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Carismas de locución 405
licencia de Dios, que una cosa sea y la cosa es. Este sublime carisma
es, según Abenarabi, el mismo de Jesús que resucitaba los muertos y
curaba los leprosos y los ciegos con la virtud de su palabra y por per-
misión de Dios.]
Ni es inverosímil—añade— para la razón natural que honre Dios
con este carisma a algunos de sus predilectos amigos y se les haga
experimentar realmente, pues la nobleza de tal carisma refluye en hon-
ra del Profeta, por cuya imitación y por el cumplimiento de cuyos pre-
ceptos Dios lo otorga. Existe, sin embargo, gran discrepancia entre
los teólogos acerca de esta cuestión: unos admiten que el santo puede
tener como carisma todo lo que el Profeta tiene como milagro; otros
lo niegan; otros, en fin, sólo admiten que el santo pueda tener como ca-
risma lo que no es milagro propio del Profeta. [83] En cambio, para
los de nuestra escuela, no cabe en modo alguno negar la posibilidad,
porque ven y experimentan hechos reales, que la demuestran, así en sus
propias personas, como en las personas de sus hermanos... Si refiriése-
mos nosotros los carismas de este género que hemos visto personalmen-
te y los que han llegado a nuestra noticia por testimonio de personas
fidedignas, quedaría maravillado quien nos oyera y quizá los rechazaría
como falsos, por limitar su examen a considerar tan sólo la indignidad
del sujeto en cuyas manos hace Dios aparecer los carismas; pero si
completase su examen considerando además quién es el agente pode-
roso y libre que los realiza por medio de aquél, es decir, si mirase a
Dios, no le parecerían ya cosa tan de maravillar. Yo he visto a uno
de los alfaquíes de nuestros días que afirmaba: "Si yo viese con mis
propios ojos alguna de esas cosas realizada por alguien, diría en ver-
dad que alguna perturbación había experimentado mi cerebro; porque
confesar que la cosa ocurría realmente, de ningún modo. Eso, a pesar
de que a mi juicio es perfectamente posible que Dios, si quiere, haga
que esas cosas se realicen por mano de la persona que a El bien le
plazca." ¡Mira, pues, hijo mío, qué espesos velos le cegaban y cuán-
ta era su incredulidad e ignorancia!
Volvamos ahora al asunto: todos esos efectos o influjos divinos que
como señales de su singular predilección realiza Dios por mano de tal