Page 161 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                         —¡Dios! ¡Dios! ¡Dios! —dijo—. ¿Qué hemos hecho, qué
                  ha hecho esta pobre criatura, que nos ha causado tanta pena?
                  ¿Hay entre nosotros todavía un destino, heredado del antiguo
                  mundo pagano, por el que tienen que suceder tales cosas, y en
                  tal forma? Esta pobre madre, ignorante, y según ella haciendo
                  todo lo mejor, hace algo como para perder el cuerpo y el alma de
                  su hija; y no podemos decirle, no podemos siquiera advertirle, o
                  ella muere, y entonces mueren ambas. ¡Oh, cómo estamos aco
                  sados! ¡Cómo están todos los poderes de los demonios contra
                  nosotros! —añadió, pero repentinamente saltó—. Venga —dijo—
                  , venga; debemos ver y actuar. Demonios o no demonios, o to
                  dos los demonios de una vez, no importa: nosotros luchamos
                  con él, o ellos y por todos.
                         Salió otra vez a la puerta del corredor con su maletín, y
                  juntos subimos al cuarto de Lucy. Una vez más yo subí la celo
                  sía, mientras van Helsing fue hacia su cama. Esta vez él no re
                  trocedió espantado al mirar el pobre rostro con la misma palidez
                  de cera, terrible, como antes. Sólo puso una mirada de rígida
                  tristeza e infinita piedad.
                         —Tal como lo esperaba —murmuró, con esa siseante
                  aspiración que significaba tanto.
                         Sin decir una palabra más fue y cerró la puerta con llave,
                  y luego comenzó a poner sobre la mesa los instrumentos para
                  hacer otra transfusión de sangre. Yo había reconocido su nece
                  sidad de inmediato y comencé a quitarme la chaqueta, pero él
                  me detuvo con una advertencia de la mano.
                         —No —dijo—. Hoy debe usted efectuar la operación. Yo
                  seré el donante. Usted ya está débil.
                         Y al decir esto, se despojó de su chaqueta y se enrolló la
                  manga de la camisa.
                         Otra vez la operación; nuevamente el narcótico. Una vez
                  más regresó el color a las mejillas cenizas, y la respiración regu
                  lar del sueño sano. Esta vez yo la vigilé mientras van Helsing se
                  recluía y descansaba.

                         Poco después aprovechó una oportunidad para decirle a
                  la señora Westenra que no debía quitar nada del cuarto de Lucy
                  sin consultarlo. Que las flores tenían un valor medicinal, y que
                  respirar su olor era parte del sistema de curación. Entonces se
                  hizo cargo del caso él mismo, diciendo que velaría esa noche y
                  la siguiente, y que me enviaría decir cuándo debería yo venir.



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