Page 157 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  juventud que los conquistadores buscaron en la Florida, y la
                  encontraron, pero demasiado tarde.
                         Mientras hablaba, Lucy había estado examinando las flo
                  res y oliéndolas. Luego las tiró, diciendo, medio en risa medio en
                  serio:
                         —Profesor, yo creo que usted sólo me está haciendo
                  una broma. Estas flores no son más que ajo común.
                         Para sorpresa mía, van Helsing se puso en pie y dijo con
                  toda seriedad, con su mandíbula de acero rígida y sus espesas
                  cejas encontrándose:
                         —¡No hay ningún juego en esto! ¡Yo nunca bromeo! Hay
                  un serio propósito en lo que hago, y le prevengo que no me frus
                  tre. Cuídese, por amor a los otros si no por amor a usted misma
                  —añadió, pero viendo que la pobre Lucy se había asustado co
                  mo tenía razón de estarlo, continuó en un tono más suave—:
                  ¡Oh, señorita, mi querida, no me tema! Yo sólo hago esto por su
                  bien; pero hay mucha virtud para usted en esas flores tan comu
                  nes. Vea, yo mismo las coloco en su cuarto. Yo mismo hago la
                  guirnalda que usted debe llevar. ¡Pero cuidado! No debe decír
                  selo a los que hacen preguntas indiscretas. Debemos obedecer,
                  y el silencio es una parte de la obediencia; y obediencia es lle
                  varla a usted fuerte y llena de salud hasta los brazos que la es
                  peran. Ahora siéntese tranquila un rato. Venga conmigo, amigo
                  John, y me ayudará a cubrir el cuarto con mis ajos, que vienen
                  desde muy lejos, desde Haarlem, donde mi amigo Vanderpool
                  los hace crecer en sus invernaderos durante todo el año. Tuve
                  que telegrafiar ayer, o no hubieran estado hoy aquí.
                         Entramos en el cuarto, llevando con nosotros las flores.
                  Las acciones del profesor eran verdaderamente raras y no creo
                  que se pudiera encontrar alguna farmacopea en la cual yo en
                  contrara noticias. Primero cerró las ventanas y las aseguró con
                  aldaba; luego, tomando un ramo de flores, frotó con ellas las
                  guillotinas, como para asegurarse de que cada soplo de aire que
                  pudiera pasar a través de ellas estuviera cargado con el olor a
                  ajo. Después, con el manojo frotó los batientes de la puerta,
                  arriba, abajo y a cada lado, y alrededor de la chimenea de la
                  misma manera. Todo me pareció muy grotesco, y al momento le
                  dije al profesor:
                         —Bien, profesor, yo sé que usted siempre tiene una ra
                  zón por lo que hace, pero esto me deja verdaderamente perple
                  jo. Está bien que no hay ningún escéptico a los alrededores, o



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