Page 155 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
—No está usted mucho peor. Vaya a su cuarto y des
canse en el sofá un rato; luego tome un buen desayuno, y regre
se otra vez acá.
Seguí sus órdenes, pues sabía cuán correctas y sabias
eran. Había hecho mi parte y ahora mi siguiente deber era recu
perar fuerzas. Me sentí muy débil, y en la debilidad perdí algo
del placer de lo que había ocurrido. Me quedé dormido en el
sofá; sin embargo, preguntándome una y otra vez como era que
Lucy había hecho un movimiento tan retrógrado, y como había
podido perder tanta sangre, sin dejar ninguna señal por ningún
lado de ella. Creo que debo haber continuado preguntándome
esto en mi sueño, pues, durmiendo y caminando, mis pensa
mientos siempre regresaban a los pequeños pinchazos en su
garganta y la apariencia marchita y maltratada de sus bordes a
pesar de lo pequeños que eran.
Lucy durmió hasta bien entrado el día, y cuando desper
tó estaba bastante bien y fuerte, aunque no tanto como el día
anterior. Cuando van Helsing la hubo visto, salió a dar un paseo,
dejándome a mí a cargo de ella, con instrucciones estrictas de
no abandonarla ni por un momento. Pude escuchar su voz en el
corredor, preguntando cuál era el camino para la oficina de telé
grafos más cercana.
Lucy conversó conmigo alegremente, y parecía comple
tamente inconsciente de lo que había sucedido. Yo traté de man
tenerla entretenida e interesada. Cuando su madre subió a verla,
no pareció notar ningún cambio en ella, y sólo me dijo agradeci
da: ¡Le debemos tanto a usted, doctor Seward, por todo lo que
ha hecho! Pero realmente ahora debe usted tener cuidado de no
trabajar en exceso. Se ve usted mismo un poco pálido. Usted
necesita una mujer para que le sirva de enfermera y que lo cuide
un poco; ¡eso es lo que usted necesita!
A medida que ella hablaba, Lucy se ruborizó, aunque só
lo fue momentáneamente, pues sus pobres venas desgastadas
no pudieron soportar el súbito flujo de sangre a la cabeza. La
reacción llegó como una excesiva palidez al volver ella sus ojos
implorantes hacia mí. Yo sonreí y moví la cabeza, y me llevé el
dedo a los labios; exhalando un suspiro, la joven se hundió nue
vamente entre sus almohadas.
Van Helsing regresó al cabo de unas horas, y me dijo:
—Ahora usted váyase a su casa, y coma mucho y beba
bastante. Repóngase. Yo me quedaré aquí hoy por la noche, y
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