Page 167 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
cuando se reúnen en manadas y empiezan a acosar a algo que
está más asustado que ellos, pueden hacer una bulla del diablo
y cortarlo en pedazos, lo que sea. Pero, ¡Dios lo bendiga!, en la
vida real un lobo es sólo una criatura inferior, ni la mitad de inte
ligente que un buen perro; y no tienen la cuarta parte de su ca
pacidad de lucha. Este que se escapó no está acostumbrado a
pelear, ni siquiera a procurarse a sí mismo sus alimentos, y lo
más probable es que esté en algún lugar del parque escondido y
temblando, si es capaz de pensar en algo, preguntándose dónde
va a poder conseguirse su desayuno; o a lo mejor se ha retirado
y está metido en una cueva de hulla. ¡Uf!, el susto que se va a
llevar algún cocinero cuando baje y vea sus ojos verdes brillando
en la oscuridad. Si no puede conseguir comida es muy posible
que salga a buscarla, y pudiera ser que por casualidad fuera a
dar a tiempo a una carnicería.
“Si no sucede eso y alguna institutriz sale a pasear con
su soldado, dejando al infante en su cochecillo de niño, bien,
entonces no estaría sorprendido si el censo da un niño menos.
Eso es todo.
Le estaba entregando el medio soberano cuando algo
asomó por la ventana, y el rostro del señor Bilder se alargó al
doble de sus dimensiones naturales, debido a la sorpresa.
¡Dios me bendiga! —exclamó —. ¡Allí está el viejo Bersi
ckerde regreso, sin que nadie lo traiga!
Se levantó y fue hacia la puerta a abrirla; un procedi
miento que a mí me pareció innecesario. Yo siempre he pensado
que un animal salvaje nunca es tan atractivo como cuando algún
obstáculo de durabilidad conocida está entre él y yo; una expe
riencia personal ha intensificado, en lugar de disminuir, esta
idea.
Después de todo, sin embargo, no hay nada como la
costumbre, pues ni Bilder ni su mujer pensaron nada más del
lobo de lo que yo pensaría de un perro. El animal mismo era tan
pacífico como el padre de todos esos cuentos de lobos, el amigo
de otros tiempos de Caperucita Roja, mientras está disfrazado
tratando de ganarse su confianza.
Toda la escena fue una complicada mezcla de comedia
y tragedia. El maligno lobo que durante un día y medio había
paralizado a Londres y había hecho que todos los niños del pue
blo temblaran en sus zapatos, estaba allí con mirada penitente, y
estaba siendo recibido y acariciado como una especie de hijo
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