Page 171 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  flaco. Mi madre lanzó un grito de miedo y se incorporó rápida
                  mente sentándose sobre la cama, sujetándose nerviosamente
                  de cualquier cosa que pudiera ayudarla. Entre otras cosas se
                  agarró de la guirnalda de flores que el doctor van Helsing insistió
                  en que yo llevara alrededor de mi cuello, y me la arrancó de un
                  tirón. Durante un segundo o dos se mantuvo sentada, señalando
                  al lobo, y repentinamente hubo un extraño y horrible gorgoteo en
                  la garganta; luego se desplomó, como herida por un rayo, y su
                  cabeza me golpeó en la frente, dejándome por unos momentos
                  un tanto aturdida. El cuarto y todo alrededor parecía girar. Man
                  tuve mis ojos fijos en la ventana, pero el lobo retiró la cabeza y
                  toda una miríada de pequeñas manchas parecieron entrar vo
                  lando a través de la rota ventana, describiendo espirales y círcu
                  los como la columna de polvo que los viajeros describen cuando
                  hay un simún en el desierto. Traté de moverme, pero había una
                  especie de hechizo sobre mí, y el pobre cuerpo de mamá que
                  parecía ya estarse enfriando, pues su querido corazón había
                  cesado de latir, pesaba sobre mí; y por un tiempo no recuerdo
                  más.

                         No pareció transcurrir mucho rato, sino más bien que fue
                  muy, muy terrible, hasta que pude recobrar nuevamente la con
                  ciencia. En algún lugar cercano, una campana doblaba; todos
                  los perros de la vecindad estaban aullando, y en nuestros arbus
                  tos, aparentemente muy cercanos, cantaba un ruiseñor. Yo es
                  taba aturdida y embotada de dolor, terror y debilidad, pero el
                  sonido del ruiseñor pareció la voz de mi madre muerta que re
                  gresaba para consolarme. Los ruidos parece que también des
                  pertaron a las sirvientas, pues pude oír sus pisadas descalzas
                  corriendo fuera de mi puerta. Las llamé y entraron, y cuando
                  vieron lo que había sucedido, y qué era lo que descansaba so
                  bre mí en la cama, dieron gritos. El viento irrumpió a través de la
                  rota ventana y la puerta se cerró de golpe. Levantaron el cuerpo
                  de mi amada madre y la acostaron, cubriéndola con una sábana,
                  sobre la cama, después de que yo me hube levantado. Estaban
                  tan asustadas y nerviosas que les ordené fueran al comedor a
                  tomar cada una un vaso de vino. La puerta se abrió de golpe
                  unos instantes y luego se cerró otra vez. Las sirvientas gritaron
                  horrorizadas, y luego se fueron en grupo compacto al comedor, y
                  yo puse las flores que había tenido alrededor de mi cuello sobre
                  el pecho de mi querida madre. Cuando ya estaban allí recordé lo
                  que me había dicho el doctor van Helsing, pero no quise retirar
                  las, y, además, alguna de las sirvientas podría sentarse conmigo
                  ahora. Me sorprendió que las criadas no regresaran. Las llamé,




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