Page 174 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
oyera. Hizo una pausa y se levantó el sombrero, diciendo so
lemnemente:
—Entonces temo que hayamos llegado demasiado tar
de. ¡Que se haga la voluntad de Dios! —pero luego continuó,
recuperando su habitual energía—: Venga. Si no hay ninguna
puerta abierta para entrar, debemos hacerla. Creo que ahora
tenemos tiempo de sobra.
Dimos un rodeo y fuimos a la parte posterior de la casa,
donde estaba abierta una ventana de la cocina. El profesor sacó
una pequeña sierra quirúrgica de su maletín, y entregándomela
señaló hacia los barrotes de hierro que guardaban la ventana.
Yo los ataqué de inmediato y muy pronto corté tres. Entonces,
con un cuchillo largo y delgado empujamos hacia atrás el cerrojo
de las guillotinas y abrimos la ventana. Le ayudé al profesor a
entrar, y luego lo seguí. No había nadie en la cocina ni en los
cuartos de servicio, que estaban muy cerca. Pulsamos la perilla
de todos los cuartos a medida que caminamos, y en el comedor,
tenuemente iluminado por los rayos de luz que pasaban a través
de las persianas, encontramos a las cuatro sirvientas yaciendo
en el suelo. No había ninguna necesidad de pensar que estuvie
ran muertas, pues su estertorosa respiración y el acre olor a
láudano en el cuarto no dejaban ninguna duda respecto a su
estado. Van Helsing y yo nos miramos el uno al otro, y al alejar
nos, él dijo: "Podemos atenderlas más tarde." Entonces subimos
a la habitación de Lucy. Durante unos breves segundos hicimos
una pausa en la puerta y nos pusimos a escuchar, pero no pu
dimos oír ningún sonido. Con rostros pálidos y manos tembloro
sas, abrimos suavemente la puerta y entramos en el cuarto.
¿Cómo puedo describir lo que vimos? Sobre la cama
yacían dos mujeres, Lucy y su madre. La última yacía más hacia
adentro, y estaba cubierta con una sábana blanca cuyo extremo
había sido volteado por la corriente que entraba a través de la
rota ventana, mostrando el ojeroso rostro blanco, con una mira
da de terror fija en él. A su lado yacía Lucy, con el rostro blanco
y todavía más ojeroso. Las flores que habían estado alrededor
de su cuello se encontraban en el pecho de su madre, y su pro
pia garganta estaba desnuda, mostrando las dos pequeñas heri
das que ya habíamos visto anteriormente, pero esta vez terri
blemente blancas y maltratadas. Sin decir una palabra el profe
sor se inclinó sobre la cama con la cabeza casi tocando el pecho
de la pobre Lucy; entonces giró rápidamente la cabeza, como
alguien que escuchara, y poniéndose en pie, me gritó:
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