Page 173 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker



                                           XII



                         Del Diario Del Doctor Seward



                                   de septiembre. Me dirigí de inmediato a Hi
                                   llingham, y llegué temprano. Dejando mi cale
                         18        sa en el portón, corrí por la avenida solo. To
                                   qué suavemente el timbre, lo más delicada
                                   mente posible, pues temía perturbar a Lucy o
                  a su madre, y esperaba que me abriera la puerta sólo una sir
                  vienta. Después de un rato, no encontrando respuesta, toqué
                  otra vez; tampoco me respondieron. Maldije la haraganería de
                  las sirvientas que todavía estuvieran en cama a esa hora, ya que
                  eran las diez de la mañana, por lo que toqué otra vez, pero más
                  impacientemente, sin obtener tampoco respuesta. Hasta aquí yo
                  había culpado sólo a las sirvientas, pero ahora me comenzó a
                  asaltar un terrible miedo. ¿Era esta desolación otro enlace en la
                  cadena de infortunios que parecía estar cercándonos? ¿Sería
                  acaso a una mansión de la muerte a la que habría llegado, de
                  masiado tarde? Yo sé que minutos, o incluso segundos de tar
                  danza pueden significar horas de peligro para Lucy, si ella hu
                  biese tenido otra vez una de esas terribles recaídas; y fui alrede
                  dor de la casa para ver si podía encontrar por casualidad alguna
                  otra entrada.
                         No pude encontrar ningún medio de entrar. Cada venta
                  na y puerta tenía echado el cerrojo y estaba cerrada con llave,
                  por lo que regresé desconcertado al pórtico. Al hacerlo, escuché
                  el rápido golpeteo de las patas de un caballo que se acercaba
                  velozmente, y que se detenía ante el portón. Unos segundos
                  después encontré a van Helsing que corría por la avenida.
                  Cuando me vio, alcanzó a murmurar:
                         —Entonces era usted quien acaba de llegar. ¿Cómo es
                  tá ella? ¿Llegamos demasiado tarde? ¿No recibió usted mi tele
                  grama?
                         Le respondí tan veloz y coherentemente como pude, ad
                  virtiéndole que su telegrama no lo había recibido hasta temprano
                  por la mañana, que no había perdido ni un minuto en llegar has
                  ta allí, y que no había podido hacer que nadie en la casa me





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