Page 175 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
—¡Todavía no es demasiado tarde! ¡Rápido, rápido!
¡Traiga el brandy!
Volé escaleras abajo y regresé con él, teniendo cuidado
de olerlo y probarlo, por si acaso también estuviera narcotizado
como el jerez que encontré sobre la mesa. Las sirvientas todavía
respiraban, pero más descansadamente, y supuse que los efec
tos del narcótico ya se estaban disipando. No me quedé para
asegurarme, sino que regresé donde van Helsing. Como en la
ocasión anterior, le frotó con brandy los labios y las encías, las
muñecas y las palmas de las manos. Me dijo:
—Puedo hacer esto; es todo lo que puede ser hecho de
momento. Usted vaya y despierte a esas sirvientas. Golpéelas
suavemente en la cara con una toalla húmeda, y golpéelas fuer
te. Hágalas que reúnan calor y fuego y calienten agua. Esta
pobre alma está casi fría como la otra. Necesitará que la calen
temos antes de que podamos hacer algo más.
Fui inmediatamente y encontré poca dificultad en des
pertar a tres de las mujeres. La cuarta sólo era una jovencita y el
narcótico la había afectado evidentemente con más fuerza, por
lo que la levanté hasta el sofá y la dejé dormir. Las otras estaban
en un principio aturdidas, pero al comenzar a recordar lo sucedi
do sollozaron en forma histérica. Sin embargo, yo fui riguroso
con ellas y no les permití hablar. Les dije que perder una vida
era suficientemente doloroso, y que si se tardaban mucho iban a
sacrificar también a la señorita Lucy. Así es que, sollozando,
comenzaron a hacer los arreglos, a medio vestir como estaban,
y prepararon el fuego y el agua.
Afortunadamente, el fuego de la cocina y del calentador
todavía funcionaba, por lo que no hacía falta el agua caliente.
Arreglamos el baño y llevamos a Lucy tal como estaba a la ba
ñera. Mientras estábamos ocupados frotando sus miembros
alguien llamó a la puerta del corredor. Una de las criadas corrió,
se echo encima apresuradamente alguna ropa más, y abrió la
puerta. Luego regresó y nos susurró que era un caballero que
había llegado con un mensaje del señor Holmwood. Le supliqué
simplemente que le dijera que debía esperar, pues de momento
no podíamos ver a nadie. Ella salió con el recado, y embebidos
en nuestro trabajo, olvidé por completo la presencia de aquel
hombre.
En toda mi experiencia nunca vi trabajar a mi maestro
con una seriedad tan solemne. Yo sabía, como lo sabía él, que
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