Page 176 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  se trataba de una lucha desesperada contra la muerte, y en una
                  pausa se lo dije. Me respondió de una manera que no pude
                  comprender, pero con la mirada más seria que podía reflejar su
                  rostro:
                         —Si eso fuera todo, yo pararía aquí mismo donde esta
                  mos ahora y la dejaría desvanecerse en paz, pues no veo nin
                  guna luz en el horizonte de su vida.
                         Continuó su trabajo con un vigor, si es posible, renovado
                  y más frenético.

                         Al cabo de un rato ambos comenzamos a ser conscien
                  tes de que el calor estaba comenzando a tener algún efecto. El
                  corazón de Lucy latió un poco más audiblemente al estetosco
                  pio, y sus pulmones tuvieron un movimiento perceptible. La cara
                  de van Helsing casi irradió cuando la levantamos del baño y la
                  enrollamos en una sábana caliente para secarla. Me dijo:
                         —¡La primera victoria es nuestra! ¡Jaque al rey!
                         Llevamos a Lucy a otra habitación, que para entonces ya
                  había sido preparada, y la metimos en cama y la obligamos a
                  que bebiera unas cuantas gotas de brandy. Yo noté que van
                  Helsing ató un suave pañuelo de seda alrededor de su cuello.
                  Ella todavía estaba inconsciente, y estaba tan mal, si no peor, de
                  como jamás la hubiéramos visto.

                         Van Helsing llamó a una de las mujeres y le dijo que se
                  quedara con ella y que no le quitara los ojos de encima hasta
                  que regresáramos. Luego me hizo una seña para que saliéra
                  mos del cuarto.
                         —Debemos consultar sobre lo que vamos a hacer —me
                  dijo, mientras descendíamos por las gradas.

                         En el corredor abrió la puerta del comedor y entramos en
                  él, cerrando cuidadosamente la puerta. Las persianas habían
                  quedado abiertas, pero las celosías ya estaban bajadas, con esa
                  obediencia a la etiqueta de la muerte que la mujer británica de
                  las clases inferiores siempre observa con rigidez. Por lo tanto, el
                  cuarto estaba bastante oscuro. Sin embargo, había suficiente luz
                  para nuestros propósitos. La seriedad de van Helsing se mitiga
                  ba un tanto por una mirada de perplejidad. Evidentemente esta
                  ba torturando su cerebro acerca de algo, por lo que yo esperé
                  unos instantes, al cabo de los cuales dijo:






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