Page 189 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  sujetara. No había ninguna posibilidad de cometer un error acer
                  ca de esto, pues en las largas horas que siguieron tuvo muchos
                  períodos de sueño y vigilia, y repitió ambas acciones muchas
                  veces.
                         A las seis de la mañana, van Helsing llegó a relevarme.
                  Arthur había caído en un sopor, y bondadosamente él le permitió
                  que siguiera durmiendo. Cuando vio el rostro de Lucy pude es
                  cuchar la siseante aspiración de su boca, y me dijo en un susu
                  rro agudo:

                         —Suba la celosía; ¡quiero luz!
                         Luego se inclinó y, con su rostro casi tocando el de Lucy,
                  la examinó cuidadosamente. Quitó las flores y luego retiró el
                  pañuelo de seda de su garganta. Al hacerlo retrocedió, y yo pu
                  de escuchar su exclamación: "¡Mein Gott!…", que se quedó a
                  media garganta. Yo me incliné y miré también, y cuando lo hice,
                  un extraño escalofrío me recorrió el cuerpo.
                         Las heridas en la garganta habían desaparecido por
                  completo.
                         Durante casi cinco minutos van Helsing la estuvo miran
                  do, con el rostro serio y crispado como nunca. Luego se volvió
                  hacia mí y me dijo calmadamente:
                         —Se está muriendo. Ya no le quedará mucho tiempo.
                  Habrá mucha diferencia, créamelo, si muere consciente o si
                  muere mientras duerme. Despierte al pobre muchacho y déjelo
                  que venga y vea lo último; él confía en nosotros, y se lo había
                  mos prometido.
                         Bajé al comedor y lo desperté. Estuvo aturdido por un
                  momento, pero cuando vio la luz del sol entrando a través de las
                  rendijas de las persianas pensó que ya era tarde, y me expresó
                  su temor. Yo le aseguré que Lucy todavía dormía, pero le dije
                  tan suavemente como pude que tanto van Helsing como yo te
                  míamos que el fin estaba cerca. Se cubrió el rostro con las ma
                  nos y se deslizó sobre sus rodillas al lado del sofá, donde per
                  maneció, quizá un minuto, con la cabeza agachada, rezando,
                  mientras sus hombros se agitaban con el pesar. Yo lo tomé de la
                  mano y lo levanté.
                         —Ven —le dije, mi querido viejo amigo; reúne toda tu
                  fortaleza: será lo mejor y lo más fácil para ella. Cuando llegamos
                  al cuarto de Lucy pude ver que van Helsing, con su habitual




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