Page 190 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  previsión, había estado poniendo todas las cosas en su sitio y
                  haciendo que todo estuviera tan agradable como fuera posible.
                  Incluso le había cepillado el pelo a Lucy, de manera que éste se
                  desparramaba por la almohada en sus habituales rizos de oro.
                  Cuando entramos en el cuarto, ella abrió los ojos, y al verlo a él
                  susurró débilmente:
                         —¡Arthur! ¡Oh, mi amor, estoy tan contenta de que ha
                  yas venido!
                         Él se detuvo para besarla, pero van Helsing le ordenó
                  que se retirara.
                         —No —le susurró—, ¡todavía no! Sostenga su mano; le
                  dará más consuelo.
                         Así es que Arthur le tomó la mano y se arrodilló al lado
                  de ella, y ella resplandeció, con todas las suaves líneas hacien
                  do juego con la angelical belleza de sus ojos. Entonces, gra
                  dualmente, sus ojos se cerraron y se hundió en el sueño. Por un
                  corto tiempo su pecho se elevó suavemente; y subió y bajó co
                  mo el de un niño cansado.
                         Luego, insensiblemente, llegó el extraño cambio que yo
                  había notado durante la noche.

                         Su respiración se volvió estertórea, abrió la boca, y las
                  pálidas encías estiradas hacia atrás hicieron que los dientes
                  parecieran más largos y agudos que nunca. Abrió los ojos de
                  una manera vaga, sonámbula, como inconsciente, reflejando
                  ahora al mismo tiempo vaguedad y dureza, y dijo en una voz
                  suave y voluptuosa, tal como yo nunca la había escuchado en
                  sus labios:

                         —¡Arthur! ¡Oh, mi amor, estoy tan feliz de que hayas ve
                  nido! ¡Bésame!
                         Arthur se inclinó ansiosamente para besarla, pero en ese
                  mismo instante van Helsing, quien, como yo, había estado
                  asombrado por la voz de la joven, se precipitó sobre el novio y,
                  sujetándolo por el cuello con ambas manos, lo arrastró hacia
                  atrás con una fuerza que yo nunca creí pudiera poseer, y de
                  hecho lo lanzó casi al otro lado del cuarto.
                         —¡Nunca en su vida! —le dijo—; ¡no lo haga, por amor a
                  su alma y a la de ella!






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