Page 195 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  ambos nos sorprendimos de la belleza que estaba ante noso
                  tros, dando los altos cirios de cera suficiente luz para que la
                  notáramos. Toda la hermosura de Lucy había regresado a ella
                  en la muerte, y las horas que habían transcurrido, en lugar de
                  dejar trazos de los "aniquiladores de la muerte" habían restaura
                  do la belleza de la vida, de tal manera que positivamente no
                  daba crédito a mis ojos de estar mirando un cadáver.
                         El profesor miró con grave seriedad. No la había amado
                  como yo, y por ello no había necesidad de lágrimas en sus ojos.
                  Me dijo: "Permanezca aquí hasta que regrese", y salió del cuar
                  to. Volvió con un puñado de ajo silvestre de la caja que estaba
                  en el corredor pero que aún no había sido abierta, y colocó las
                  flores entre las otras, encima y alrededor de la cama. Luego,
                  tomó de su cuello, debajo de su camisa, un pequeño crucifijo de
                  oro, y lo colocó sobre la boca de la muerta. Regresó la sábana a
                  su lugar y salimos de la habitación.
                         Me estaba desvistiendo en mi propio cuarto cuando, con
                  unos golpecitos de advertencia, entró, y de inmediato comenzó a
                  hablar:
                         —Mañana quiero que usted me traiga, antes del ano
                  checer, un juego de bisturíes de disección.

                         —¿Debemos hacer una autopsia? —le pregunté.
                         —Sí, y no. Quiero operar, pero no como usted piensa.
                  Déjeme que se lo diga ahora, pero ni una palabra a otro. Quiero
                  cortarle la cabeza y sacarle el corazón. ¡Ah!, usted es un ciru
                  jano y se espanta. Usted, a quien he visto sin temblor en la
                  mano o en el corazón haciendo operaciones de vida y muerte
                  que hacen temblar a los otros. ¡Oh! Pero no debo olvidar, mi
                  querido amigo John, que usted la amaba; y no lo he olvidado,
                  pues soy yo el que va a operar y usted no debe ayudar. Me gus
                  taría hacerlo hoy por la noche, pero por Arthur no lo haré; él
                  estará libre después de los funerales de su padre mañana y
                  querrá verla a ella, ver eso. Luego, cuando ella ya esté en el
                  féretro al día siguiente, usted y yo vendremos cuando todos
                  duerman. Destornillaremos la tapa del féretro y haremos nuestra
                  operación; luego lo pondremos todo en su lugar, para que nadie
                  se entere, salvo nosotros.
                         —Pero, ¿por qué debemos hacer eso? La muchacha es
                  tá muerta. ¿Por qué mutilar innecesariamente su pobre cuerpo?
                  Y si no hay necesidad de una autopsia y nada se puede ganar
                  con ella (no se beneficia a Lucy, no nos beneficiamos nosotros,



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