Page 200 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                         Yo le aseguré con tristeza que así era, y luego le sugerí
                  (pues sentí que una duda tan terrible no debía vivir ni un instante
                  más del que yo pudiera permitirlo) que sucedía frecuentemente
                  que después de la muerte los rostros se suavizaban y aun reco
                  braban su belleza juvenil; esto era especialmente así cuando a
                  la muerte le había precedido cualquier sufrimiento agudo o pro
                  longado. Pareció que mis palabras desvanecían cualquier duda,
                  y después de arrodillarse un rato al lado de la cama y mirarla a
                  ella larga y amorosamente, se alejó. Le dije que ese tenía que
                  ser el adiós, ya que el féretro tenía que ser preparado, por lo que
                  regresó y tomó su mano muerta en la de él, la besó, y se inclinó
                  y besó su frente. Luego se retiró, mirando amorosamente sobre
                  su hombro hacia ella a medida que se alejaba.

                         Lo dejé en la sala y le conté a van Helsing que Arthur ya
                  se había despedido de su amada; por lo que fue a la cocina a
                  decir a los empleados del empresario de pompas fúnebres que
                  continuaran los preparativos y atornillaran el féretro. Cuando
                  salió otra vez del cuarto, le referí la pregunta de Arthur, y él re
                  plicó:
                         —No me sorprende. ¡Precisamente hace un momento yo
                  dudaba delo mismo!
                         Cenamos todos juntos, y pude ver como el pobre Art tra
                  taba de hacer las cosas lo mejor posible. Van Helsing guardó
                  silencio durante todo el tiempo de la cena, pero cuando encen
                  dimos nuestros cigarrillos, dijo:
                         —Lord...
                         Mas Arthur lo interrumpió:
                         —No, no, eso no, ¡por amor de Dios! De todas maneras,
                  todavía no. Perdóneme, señor, no quise ofenderlo; es sólo por
                  que mi pérdida es muy reciente.
                         El profesor respondió muy amablemente:
                         —Sólo usé ese título porque estaba en duda. No debo
                  llamarlo a usted "señor" y le he tomado mucho cariño; sí, mi
                  querido muchacho, mucho cariño; le llamaré Arthur.
                         Arthur extendió la mano y estrechó calurosamente la del
                  viejo.
                         —Llámeme como usted quiera —le dijo—. Y espero que
                  siempre tenga el título de amigo. Y déjeme decirle que no en




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