Page 203 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                         Regresamos a la ciudad en silencio y tomamos un auto
                  bús hasta la esquina de Hyde Park, Jonathan pensó que me
                  interesaría ir un momento al Row, por lo que nos sentamos; pero
                  había tan poca gente ahí, que era triste y desolado ver tantas
                  sillas vacías. Nos hizo pensar en la silla vacía que teníamos en
                  casa; así es que nos levantamos y caminamos en dirección a
                  Piccadilly. Jonathan me llevaba de la mano, tal como solía ha
                  cerlo antiguamente antes de que yo fuera a la escuela. A mí me
                  parecía aquello muy osado, pues no se pueden pasar años dan
                  do clases de etiqueta y decoro a las niñas sin que la pedantería
                  de ello lo impresione a uno un poquito. Pero era Jonathan, y era
                  mi marido, y nosotros no conocimos a nadie de los que vimos (y
                  no nos importaba si ellos nos conocían), por lo que seguimos
                  caminando en la misma forma.
                         Yo estaba mirando a una muchacha muy bella, con un
                  sombrero de rueda de carruaje, que estaba sentada en una vic
                  toria afuera de Giuliano's, cuando sentí que Jonathan me apretó
                  la mano tan fuerte que me hizo daño, y dijo como en un susurro:
                  "¡Dios mío!" Yo siempre estoy ansiosa por Jonathan, pues siem
                  pre temo que algún ataque nervioso pueda enfermarlo otra vez;
                  así es que me volví hacia él rápidamente y le pregunté qué le
                  había molestado.
                         Estaba muy pálido, y sus ojos parecían salirse de sus
                  órbitas, mientras, con una mezcla de terror y asombro, miraba
                  fijamente a un hombre alto y delgado, de nariz aguileña, bigote
                  negro y barba en punta, que también estaba observando a la
                  muchacha bonita. La estaba mirando tan embebido que no se
                  percató de nuestra presencia, y por ello pude echarle un buen
                  vistazo. Su cara no era una buena cara; era dura y cruel, y sen
                  sual, y sus grandes dientes blancos, que se miraban más blan
                  cos por el encendido rojo de sus labios, estaban afilados como
                  los de un animal. Jonathan estuvo mirándolo tan fijamente que
                  yo tuve hasta miedo de que el individuo lo notara. Y temí que lo
                  tomara a mal, ya que se veía tan fiero y detestable. Le pregunté
                  a Jonathan por qué estaba perturbado, y él me respondió, pen
                  sando evidentemente que yo sabía tanto como él cuando lo hizo:
                         —¿No ves quién está allí?

                         —No, querido —dije yo—; no lo conozco, ¿quién es?
                         Su respuesta me impresionó y me llenó de ansias, pues
                  la dio como si no supiera que era yo su Mina a quien hablaba:
                         —Es el hombre en persona.



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