Page 207 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  dos bailemos al son de la tonada que ella toca. Corazones san
                  grantes, y secos huesos en los cementerios, y lágrimas que
                  queman al caer..., todos bailan juntos la misma música que ella
                  ejecuta con esa boca sin risa que posee. Y créame, amigo John,
                  que ella es buena de venir, y amable. Ah, nosotros hombres y
                  mujeres somos como cuerdas en medio de diferentes fuerzas
                  que nos tiran de diferentes rumbos. Entonces vienen las lágri
                  mas; y como la lluvia sobre las cuerdas nos atirantan, hasta que
                  quizá la tirantez se vuelve demasiado grande y nos rompemos.
                  Pero la reina risa, ella viene como la luz del sol, y alivia nueva
                  mente la tensión; y podemos soportar y continuar con nuestra
                  labor, cualquiera que sea.
                         No quise herirlo pretendiendo que no veía su idea; pero,
                  como de todas maneras no entendía las causas de su regocijo,
                  le pregunté. Cuando me respondió, su rostro se puso muy serio,
                  y me dijo en un tono bastante diferente:
                         —Oh, fue la triste ironía de todo eso, esta encantadora
                  dama engalanada con flores, que se veía tan fresca como si
                  estuviese viva, de modo que uno por uno dudamos de si en
                  realidad estaba muerta; ella yaciendo en esa fina casa de már
                  mol en el cementerio solitario, donde descansan tantas de su
                  clase, yacía allí con su madre que tanto la amaba, y a quien ella
                  amaba a su vez; y aquella sagrada campana haciendo: ¡dong!,
                  ¡dong!, ¡dong!, tan triste y despacio; y aquellos santos hombres,
                  con los blancos vestidos del ángel, pretendiendo leer libros, y sin
                  embargo, todo el tiempo sus ojos nunca estaban en una página;
                  y todos nosotros con la cabeza inclinada. ¿Y todo para qué? Ella
                  está muerta; así pues, ¿o no?
                         —Bien, pues por mi vida, profesor —le dije yo—, yo no
                  veo en todo eso nada que cause risa. La verdad es que su expli
                  cación lo hace más difícil de entender todavía. Pero aunque el
                  servicio fúnebre haya sido cómico, ¿qué hay del pobre Art y de
                  sus problemas? Pues yo creo que su corazón se estaba senci
                  llamente rompiendo.
                         —Justamente. ¿Dijo él que la transfusión de su sangre a
                  las venas de ella la había hecho su verdadera esposa?

                         —Sí, y fue una idea dulce y consoladora para él.
                         —Así es. Pero había una dificultad, amigo John. Si así
                  era, ¿qué hay de los otros? ¡Jo, jo! Pues esta pobre y dulce don
                  cella es una poliándrica, y yo, con mi pobre mujer muerta para
                  mí pero viva para la ley de la iglesia, aunque sin chistes, libre de



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