Page 185 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  lo bendiga, señor; yo no me altero por lo que me digan en una
                  casa de locos como esta. Usted y el director más bien me dan
                  lástima por tener que vivir en una casa con una bestia salvaje
                  como esa. Luego preguntó por el camino con bastante cortesía,
                  y yo le indiqué dónde quedaba el portón de la casa vacía; se
                  alejó, seguido de amenazas e improperios de nuestro hombre.
                  Bajé a ver si podía descubrir la causa de su enojo, ya que habi
                  tualmente a un hombre correcto, y con excepción de los perio
                  dos violentos nunca le ocurre nada parecido. Para mi asombro,
                  lo encontré bastante tranquilo y comportándose de la manera
                  más cordial. Traté de hacerlo hablar sobre el incidente, pero él
                  me preguntó suavemente que de qué estaba hablando, y me
                  condujo a creer que había olvidado completamente el asunto.
                  Era, sin embargo, lamento tener que decirlo, sólo otra instancia
                  de su astucia, pues media hora después tuve noticias de él otra
                  vez. En esta ocasión se había escapado otra vez de la ventana
                  de su cuarto, y corría por la avenida. Llamé a los asistentes para
                  que me siguieran y corrí tras él, pues temía que estuviera inten
                  tando hacer alguna treta. Mi temor fue justificado cuando vi que
                  por el camino bajaba el mismo carruaje que había pasado frente
                  a nosotros anteriormente, cargado con algunas cajas de madera.
                  Los hombres se estaban limpiando la frente y tenían las caras
                  encendidas, como si acabaran de hacer un violento ejercicio.
                  Antes de que pudiera alcanzarlo, el paciente corrió hacia ellos y,
                  tirando a uno de ellos del carruaje, comenzó a pegar su cabeza
                  contra el suelo. Si en esos momentos no lo hubiera sujetado,
                  creo que habría matado a golpes al hombre allí mismo. El otro
                  tipo saltó del carruaje y lo golpeó con el mango de su pesado
                  látigo. Fue un golpe terrible, pero él no pareció sentirlo, sino que
                  agarró también al hombre y luchó con nosotros tres tirándonos
                  para uno y otro lado como si fuésemos gatitos. Usted sabe muy
                  bien que yo no soy liviano, y los otros dos hombres eran forni
                  dos. Al principio luchó en silencio, pero a medida que comenza
                  mos a dominarlo, y cuando los asistentes le estaban poniendo la
                  camisa de fuerza, empezó a gritar: 'Yo lo impediré. ¡No podrán
                  robarme! ¡No me asesinarán por pulgadas! ¡Pelearé por mi amo
                  y señor!’, y toda esa clase de incoherentes fruslerías. Con bas
                  tante dificultad lograron llevarlo de regreso a casa y lo encerra
                  mos en el cuarto de seguridad. Uno de los asistentes, Hardy,
                  tiene un dedo lastimado. Sin embargo, se lo entablilló bien, y
                  está mejorando. "En un principio, los dos cocheros gritaron fuer
                  tes amenazas de acusarnos por daños, y prometieron que sobre
                  nosotros lloverían todas las sanciones de la ley. Sin embargo,
                  sus amenazas estaban mezcladas con una especie de lamenta



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