Page 256 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                         Van Helsing se acercó, colocó su mano sobre el hombro
                  de Arthur, y le dijo:
                         —Y ahora, Arthur, mi querido amigo, ¿no me ha perdo
                  nado?

                         La reacción a la terrible tensión se produjo cuando tomó
                  entre las suyas la mano del anciano, la levantó hasta sus labios,
                  la apretó contra ellos y dijo:

                         —¿Perdonarlo? ¡Que Dios lo bendiga por haber devuelto
                  su alma a mi bienamada y a mí la paz!
                         Colocó sus manos sobre el hombro del profesor y, apo
                  yando la cabeza en su pecho, lloró en silencio, mientras noso
                  tros permanecíamos inmóviles. Cuando volvió a levantar la ca
                  beza, van Helsing le dijo:

                         —Ahora, amigo mío, puede usted besarla, Bésele los la
                  bios muertos si lo desea, como ella lo desearía si pudiera esco
                  ger. Puesto que ya no es una diablesa sonriente..., un objeto
                  maldito para toda la eternidad. Ya no es la diabólica "muerta
                  viva".
                        ¡Es una muerta que pertenece a Dios y su alma esta con
                  Él!.
                         Arthur se inclinó y la besó. Luego, enviamos a Arthur y a
                  Quincey fuera de la cripta. El profesor y yo cortamos la parte
                  superior de la estaca, dejando la punta dentro del cuerpo. Luego,
                  le cortamos la cabeza y le llenamos la boca de ajo. Soldamos
                  cuidadosamente la caja de plomo, colocamos en su sitio la cu
                  bierta del féretro, apretando los tornillos, y luego de recoger todo
                  cuanto nos pertenecía, salimos de la cripta. El profesor cerró la
                  puerta y le entregó la llave a Arthur.
                         Al exterior el aire era suave, el sol brillaba, los pájaros
                  gorjeaban y parecía que toda la naturaleza había cambiado por
                  completo. Había alegría, paz y tranquilidad por todas partes. Nos
                  sentíamos todavía nosotros mismos y llenos de alegría, aunque
                  no se trataba de un gozo intenso, sino más bien de algo suave y
                  muy agradable.

                         Antes de que nos pusiéramos en movimiento para ale
                  jarnos de aquel lugar, van Helsing dijo:
                         —Ahora, amigos míos, hemos concluido ya una etapa
                  de nuestro trabajo, la más dura para nosotros. Pero nos espera
                  una tarea bastante más difícil: descubrir al autor de todos estos
                  sufrimientos que hemos debido soportar y liquidarlo. Tengo indi



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