Page 251 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  las grietas. Todos observamos, horrorizados y confundidos,
                  cuando el profesor retrocedió, cómo la mujer, con un cuerpo
                  humano tan real en ese momento como el nuestro, pasaba por
                  la grieta donde apenas la hoja de un cuchillo hubiera podido
                  pasar. Todos sentimos un enorme alivio cuando vimos que el
                  profesor volvía a colocar tranquilamente la masa que había reti
                  rado en su lugar.
                         Después de hacerlo, levantó al niño y dijo:
                         —Vámonos, amigos. No podemos hacer nada más has
                  ta mañana. Hay un funeral al mediodía, de modo que tendremos
                  que volver aquí no mucho después de esa hora. Los amigos del
                  difunto se irán todos antes de las dos, y cuando el sacristán
                  cierre la puerta del cementerio deberemos quedarnos dentro.
                  Entonces tendremos otras cosas que hacer; pero no será nada
                  semejante a lo de esta noche. En cuanto a este pequeño, no
                  está mal herido, y para mañana por la noche se encontrará per
                  fectamente. Debemos dejarlo donde la policía pueda encontrar
                  lo, como la otra noche, y a continuación regresaremos a casa.
                         Se acercó un poco más a Arthur, y dijo:

                         —Arthur, amigo mío, ha tenido usted que soportar una
                  prueba muy dura; pero, más tarde, cuando lo recuerde, com
                  prenderá que era necesaria. Está usted lleno de amargura en
                  este momento; pero, mañana a esta hora, ya se habrá consola
                  do, y quiera Dios que haya tenido algún motivo de alegría; por
                  consiguiente, no se desespere demasiado. Hasta entonces no
                  voy a rogarle que me perdone.
                         Arthur y Quincey regresaron a mi casa, conmigo, y tra
                  tamos de consolarnos unos a otros por el camino. Habíamos
                  dejado al niño en lugar seguro y estábamos cansados. Dormi
                  mos todos de manera más o menos profunda.


                         29 de septiembre, en la noche. Poco antes de las doce,
                  los tres, Arthur, Quincey Morris y yo, fuimos a ver al profesor.
                  Era extraño el notar que, como de común acuerdo, nos había
                  mos vestido todos de negro. Por supuesto, Arthur iba de negro
                  debido a que llevaba luto riguroso; pero los demás nos vestimos
                  así por instinto. Fuimos al cementerio de la iglesia hacia la una y
                  media, y nos introdujimos en el camposanto, permaneciendo en
                  donde no nos pudieran ver, de tal modo que, cuando los sepultu
                  reros hubieron concluido su trabajo, y el sacristán, creyendo que




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