Page 247 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  gría y la tristeza de la vida de un hombre. ¡Qué agradable era
                  respirar el aire puro que no tenía aquel desagradable olor de
                  muerte y descomposición! ¡Qué tranquilizador poder ver el res
                  plandor rojizo del cielo, detrás de la colina, y oír a lo lejos el ruido
                  sordo que denuncia la vida de una gran ciudad! Todos, cada
                  quien a su modo, permanecimos graves y llenos de solemnidad.
                  Arthur guardaba todavía obstinado silencio y, según pude cole
                  gir, se estaba esforzando por llegar a comprender cuál era el
                  propósito y el significado profundo del misterio. Yo mismo me
                  sentía bastante tranquilo y paciente, e inclinado a rechazar mis
                  dudas y a aceptar las conclusiones de van Helsing. Quincey
                  Morris permanecía flemático, del modo que lo es un hombre que
                  lo acepta todo con sangre fría, exponiéndose valerosamente a
                  todo cuanto pueda suceder.
                         Como no podía fumar, tomó un puñado bastante volumi
                  noso de tabaco y comenzó a masticarlo. En cuanto a van Hel
                  sing, estaba ocupado en algo específico. Sacó de su maletín un
                  objeto que parecía ser un bizcocho semejante a una oblea y que
                  estaba envuelto cuidadosamente en una servilleta blanca; a
                  continuación, saco un buen puñado de una sustancia blancuzca,
                  como masa o pasta. Partió la oblea, desmenuzándola cuidado
                  samente, y lo revolvió todo con la masa que tenía en las manos.
                  A continuación, cortó estrechas tiras del producto y se dio a la
                  tarea de colocar en todas las grietas y aberturas que separaban
                  la puerta de la pared de la cripta. Me sentí un tanto confuso y,
                  puesto que me encontraba cerca de él, le pregunté qué estaba
                  haciendo. Arthur y Quincey se acercaron también, movidos por
                  la curiosidad. El profesor respondió:
                         —Estoy cerrando la tumba, para que la "muerta viva" no
                  pueda entrar.
                         —¿Va a impedirlo esa sustancia que ha puesto usted
                  ahí?
                         —Así es.

                         —¿Qué está usted utilizando?
                         Esa vez, fue Arthur quien hizo la pregunta.

                         Con cierta reverencia, van Helsing levantó el ala de su
                  sombrero y respondió:

                         —La Hostia. La traje de Ámsterdam. Tengo autorización
                  para emplearla aquí.




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