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Drácula de Bram Stoker



                                          XVI



                         Del diario del doctor Seward

                                    (Continuación)


                               ran las doce menos cuarto en punto de la noche
                               cuando penetramos en el cementerio de la iglesia,
                         E     pasando por encima de la tapia, no muy alta. La
                               noche era oscura, aunque, a veces, la luz de la
                               luna se infiltraba entre las densas nubes que cu
                  brían el firmamento. Nos mantuvimos muy cerca unos de otros,
                  con van Helsing un poco más adelante, mostrándonos el ca
                  mino. Cuando llegamos cerca de la tumba, miré atentamente a
                  Arthur, porque temía que la proximidad de un lugar lleno de tan
                  tristes recuerdos lo afectaría profundamente; pero logró contro
                  larse. Pensé que el misterio mismo que envolvía todo aquello
                  estaba mitigando su enojo. El profesor abrió la puerta y, viendo
                  que vacilábamos, lo cual era muy natural, resolvió la dificultad
                  entrando él mismo el primero. Todos nosotros lo imitamos, y el
                  anciano cerró la puerta. A continuación, encendió una linterna
                  sorda e iluminó el ataúd. Arthur dio un paso al frente, no muy
                  decidido, y van Helsing me dijo:
                         —Usted estuvo conmigo aquí el día de ayer. ¿Estaba el
                  cuerpo de la señorita Lucy en este ataúd?
                         —Así es.
                         El profesor se volvió hacia los demás, diciendo:
                         —Ya lo oyen y además, no creo que haya nadie que no
                  lo crea.
                         Sacó el destornillador y volvió a quitarle la tapa al fére
                  tro. Arthur observaba, muy pálido, pero en silencio.
                         Cuando fue retirada la tapa dio un paso hacia adelante.
                  Evidentemente, no sabía que había una caja de plomo o, en
                  todo caso, no pensó en ello. Cuando vio la luz reflejada en el
                  plomo, la sangre se agolpó en su rostro durante un instante;
                  pero, con la misma rapidez, volvió a retirarse, de tal modo que
                  su rostro permaneció extremadamente pálido. Todavía guardaba




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