Page 243 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  pies hollarán las espinas; o de lo contrario, más tarde y para
                  siempre, ¡los pies que usted ama hollarán las llamas!
                         Arthur levantó la vista, con rostro extremadamente pálido
                  y descompuesto, y dijo:

                         —¡Tenga cuidado, señor, tenga cuidado!
                         —¿No cree usted que será mejor que escuche lo que
                  tengo que decirles? —dijo van Helsing—. Así sabrá usted por lo
                  menos cuáles son los límites de lo que me propongo. ¿Quieren
                  que prosiga?
                         —Me parece justo —intervino Morris.

                         Al cabo de una pausa, van Helsing siguió hablando, ha
                  ciendo un gran esfuerzo por ser claro:
                         —La señorita Lucy está muerta; ¿no es así? ¡Sí! Por
                  consiguiente, no es posible hacerle daño; pero, si no está muer
                  ta...
                         Arthur se puso en pie de un salto.
                         —¡Santo Dios! —gritó—. ¿Qué quiere usted decir? ¿Ha
                  habido algún error? ¿La hemos enterrado viva?
                         Gruñó con una cólera tal que ni siquiera la esperanza
                  podía suavizarla.
                         —No he dicho que estuviera viva, amigo mío; no lo creo.
                  Solamente digo que es posible que sea una "muerta viva", o "no
                  muerta".

                         —¡Muerta viva! ¡No muerta! ¿Qué quiere usted decir?
                  ¿Es todo esto una pesadilla, o qué?
                         —Existen misterios que el hombre solamente puede adi
                  vinar, y que desentraña en parte con el paso del tiempo. Créan
                  me: nos encontramos actualmente frente a uno de ellos. Pero no
                  he terminado. ¿Puedo cortarle la cabeza al cadáver de la señori
                  ta Lucy?
                         —¡Por todos los diablos, no! —gritó Arthur, con encendi
                  da pasión—. Por nada del mundo consentiré que se mutile su
                  cadáver. Doctor van Helsing, está usted abusando de mi pacien
                  cia. ¿Qué le he hecho para que desee usted torturarme de este
                  modo? ¿Qué hizo esa pobre y dulce muchacha para que desee
                  usted causarle una deshonra tan grande en su tumba? ¿Está
                  usted loco para decir algo semejante, o soy yo el alienado al



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