Page 321 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                         Pareció despertarse de pronto y movió la cabeza. Con
                  una carcajada, dijo:
                         —¡No! ¡las moscas son de poca importancia, después
                  de todo! —hizo una ligera pausa, y añadió —: Pero, de todos
                  modos, no quiero que sus almas me anden zumbando en los
                  oídos.

                         —¿O las arañas? —continué diciendo.
                         —¡No quiero arañas! ¿Para qué sirven las arañas? No
                  tienen nada para comer o... —guardó silencio repentinamente,
                  como si se acordara de algún tópico prohibido.
                         "¡Vaya, vaya!", me dije para mis adentros. "Es la segun
                  da vez que se detiene repentinamente ante la palabra, ¿qué
                  significa esto?"
                         Renfield se dio cuenta de que había cometido un error,
                  ya que se apresuró a continuar, como para distraer mi atención e
                  impedir que me fijara en ello.
                         —No tengo ningún interés en absoluto en esos anima
                  les. "Ratas, ratones y otros animales semejantes", como dice
                  Shakespeare. Puede decirse que no tienen importancia. Ya he
                  sobrepasado todas esas tonterías. Sería lo mismo que le pidiera
                  usted a un hombre que comiera moléculas con palillos, que el
                  tratar de interesarme en los carnívoros, cuando sé lo que me
                  espera.

                         —Ya comprendo —le dije—. Desea usted animales
                  grandes en los que poder clavar sus dientes, ¿no es así? ¿Qué
                  le parecería un elefante para su desayuno?
                         —¡Está usted diciendo tonterías absolutamente ridículas!
                         Se estaba despertando mucho, de modo que me dispu
                  se a ahondar un poco más el asunto.
                         —Me pregunto —le dije, pensativamente— a qué se pa
                  rece el alma de un elefante.
                         Obtuve el efecto que deseaba, ya que volvió a bajar de
                  las alturas y a convertirse en un niño.
                         —¡No quiero el alma de un elefante, ni ningún alma en
                  absoluto! —dijo.







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