Page 319 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                         —Escuche, doctor, en cuanto a la vida, ¿qué es después
                  de todo? Cuando ha obtenido todo lo necesario y sabe que nun
                  ca deseará otra cosa, eso es todo. Tengo amigos, buenos ami
                  gos, como usted, doctor Seward —esto lo dijo con una expresión
                  de indecible astucia—. ¡Sé que nunca me faltarán los medios de
                  vida!
                         Creo que entre las brumas de su locura vio en mí cierto
                  antagonismo, puesto que, finalmente, retrocedió al abrigo de sus
                  iguales..., al más profundo y obstinado silencio.
                         Al cabo de poco tiempo, comprendí que por el momento
                  era inútil tratar de hablar con él. Estaba enfurruñado. De modo
                  que lo dejé solo y me fui.
                         Más tarde, en el curso del día, me mandó llamar. Ordina
                  riamente no hubiera ido a visitarlo sin razones especiales, pero
                  en este momento estoy tan interesado en él que me veo conten
                  to de hacer ese pequeño esfuerzo. Además, me alegró tener
                  algo que me ayude a pasar el tiempo. Harker está fuera, si
                  guiendo pistas; y también Quincey y lord Godalming. Van Hel
                  sing está en mi estudio, examinando cuidadosamente los regis
                  tros preparados por los Harker; parece creer que por medio de
                  un conocimiento exacto de todos los detalles es posible que
                  llegue a encontrar algún indicio importante. No desea que lo
                  molesten mientras trabaja, a no ser por algún motivo especial.
                  Pude hacer que me acompañara a ver al paciente, pero pensé
                  que después de haber sido rechazado como lo había sido, no le
                  agradaría ya ir a verlo. Además, había otra razón: Renfield no
                  hablaría con tanta libertad ante una tercera persona como lo
                  haría estando solos él y yo.

                         Lo encontré sentado en la silla, en el centro de su habi
                  tación, en una postura que indica generalmente cierta energía
                  mental de su parte. Cuando entré, dijo inmediatamente, como si
                  la pregunta le hubiera estado quemando los labios:
                         —¿Qué me dice de las almas?
                         Era evidente que mi aplazamiento había sido correcto.
                  Los pensamientos inconscientes llevaban a cabo su trabajo,
                  incluso en el caso de los lunáticos. Decidí acabar con aquel
                  asunto.
                         —¿Qué me dice de ellas usted mismo? —inquirí.






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