Page 318 - Drácula
P. 318

Drácula de Bram Stoker


                  tengo toda la que necesito. Tiene que buscarse usted otro pa
                  ciente, doctor, si es que desea estudiar la zoofagia.
                         Esa salida me sorprendió un poco, por lo cual le dije:
                         —Entonces, usted dirige la vida; debe ser usted un dios,
                  ¿no es así?
                         Sonrió con una especie de superioridad benigna e inefa
                  ble.
                         —¡Oh, no! No entra en mis cálculos, de ninguna manera,
                  el arrogarme los atributos de la divinidad. Ni siquiera me intere
                  san sus actos especialmente espirituales. ¡Si me es posible es
                  tablecer cuál es mi posición intelectual, diría que estoy, en lo
                  referente a las cosas puramente terrenales, en cierto modo en la
                  posición que ocupaba Enoch espiritualmente!
                         Eso representaba para mí un problema difícil, no lograba
                  recordar en ese momento cuál había sido la posición de Enoch.
                  Por consiguiente, tuve que hacerle una pregunta simple, aunque
                  comprendí que, al hacerlo, me estaba rebajando ante los ojos
                  del lunático...
                         —¿Y por qué se compara con Enoch?
                         —Porque andaba con Dios.
                         No comprendí la analogía, pero no me agradaba reco
                  nocerlo, de modo que volví al tema que ya había negado:

                         —De modo que no le preocupa la vida y no quiere al
                  mas, ¿porqué?
                         Le hice la pregunta rápidamente y con bastante seque
                  dad, con el fin de ver si me era posible desconcertarlo.
                         El esfuerzo dio resultado y por espacio de un instante se
                  tranquilizó y volvió a sus antiguos modales serviles, se inclinó
                  ante mí y me aduló servilmente, al tiempo que respondía:
                         —No quiero almas. ¡Es cierto! ¡Es cierto! No quiero. No
                  me servirían de nada si las tuviera; no tendría modo de usarlas.
                  No podría comérmelas o...
                         Guardó silencio repentinamente y la antigua expresión
                  de astucia volvió a extenderse sobre su rostro, como cuando un
                  viento fuerte riza la superficie de las aguas.






                                             317
   313   314   315   316   317   318   319   320   321   322   323