Page 329 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  brado a los lechos de los enfermos y a los muertos, aquella ex
                  pectación se fue haciendo para mí cada vez más intolerable.
                  Casi podía oír con claridad los latidos de mi propio corazón y la
                  sangre que fluía en mis sienes resonaba como si fueran martilla
                  zos.
                         Finalmente, el silencio se hizo insoportable. Miré a mis
                  compañeros y vi en sus rostros enrojecidos y en la forma en que
                  tenían fruncido el ceño que estaban soportando la misma tortura
                  que yo. Un suspenso nervioso flotaba sobre todos nosotros,
                  como si sobre nuestras cabezas fuera a sonar alguna potente
                  campana cuando menos lo esperábamos.
                         Finalmente, llegó un momento en que era evidente que
                  el paciente se estaba debilitando rápidamente; podía morir en
                  cualquier momento. Miré al profesor y vi que sus ojos estaban
                  fijos en mí. Su rostro estaba firme cuando habló:
                         —No hay tiempo que perder. Sus palabras pueden con
                  tribuir a salvar muchas vidas; he estado pensando en ello, mien
                  tras esperábamos. ¡Es posible que haya un alma que corra un
                  peligro muy grande! Debemos operar inmediatamente encima
                  del oído.
                         Sin añadir una palabra más comenzó la operación. Du
                  rante unos minutos más la respiración continuó siendo estertó
                  rea. Luego, aspiró el aire de manera tan prolongada que parecía
                  que se le iba a rasgar el pecho. Repentinamente, abrió los ojos y
                  permanecieron fijos, con una mirada salvaje e impotente. Per
                  maneció así durante unos momentos y, luego, su mirada se
                  suavizó, mostrando una alegre sorpresa. De sus labios surgió un
                  suspiro de alivio. Se movió convulsivamente, y al hacerlo, dijo:
                         —Estaré tranquilo, doctor. Dígales que me quiten la ca
                  misa de fuerza. He tenido un terrible sueño y me he quedado tan
                  débil que ni siquiera puedo moverme. ¿Qué me sucede en el
                  rostro? Lo siento todo inflamado y me duele horriblemente.
                         Trató de volver la cabeza, pero, a causa del esfuerzo,
                  sus ojos parecieron ponérsele otra vez vidriosos y, suavemente,
                  lo hice desistir de su empeño. Entonces, van Helsing dijo en tono
                  grave y tranquilo:
                         —Cuéntenos su sueño, señor Renfield.

                         Cuando oyó la voz del profesor, su rostro se iluminó, a
                  pesar de sus magulladuras, y dijo:




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