Page 334 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  conde. El profesor tenía preparadas sus cosas, y cuando nos
                  reunimos en el pasillo, las señaló de manera significativa y dijo:
                         —Nunca las dejo, y no debo hacerlo, hasta que este
                  desgraciado asunto concluya. Sean prudentes también, amigos
                  míos. No estamos enfrentándonos a un enemigo común. ¡Nues
                  tra querida señora Mina debe sufrir! ¡Ay! ¡Qué lástima!
                         Al exterior de la puerta de los Harker hicimos una pausa.
                  Art y Quincey se mantuvieron atrás, y el último preguntó:
                         —¿Debemos molestarla?
                         —Es preciso —dijo van Helsing tristemente—. Si la puer
                  ta está cerrada, la forzaremos para entrar.
                         —¿No la asustaremos terriblemente? ¡No es natural en
                  trar por efracción en la habitación de una dama!

                         Van Helsing dijo solemnemente:
                         —Tiene usted toda la razón, pero se trata de una cues
                  tión de vida o muerte. Todas las habitaciones son iguales para
                  un médico, e incluso si no lo fueran, esta noche son todas como
                  una sola. Amigo John, cuando haga girar la perilla, si la puerta
                  no se abre, ¿quiere usted apoyar el hombro y abrirla a la fuerza?
                  ¿Y ustedes también, amigos míos? ¡Ahora!
                         Hizo girar la perilla de la puerta al tiempo que hablaba,
                  pero la puerta no se abrió. Nos lanzamos todos contra ella y, con
                  un ruido seco, se abrió de par en par.
                         Caímos a la habitación y estuvimos a punto de perder
                  todos el equilibrio. En efecto, el profesor cayó de bruces, y pude
                  ver por encima de él, mientras se levantaba sobre las manos y
                  las rodillas. Lo que vi me dejó estupefacto. Sentí que el cabello
                  se me ponía rígido, como cerdas, en la parte posterior del cuello;
                  el corazón pareció detenérseme.

                         La luz de la luna era tan fuerte que, a través de los es
                  pesos visillos amarillentos, la habitación podía verse con clari
                  dad. Sobre la cama, al lado de la ventana, estaba tendido Jonat
                  han Harker, con el rostro sonrojado y respirando pesadamente,
                  como presa de estupor. Arrodillada sobre el borde más cercano
                  del lecho que daba al exterior, se distinguía la figura blanca de
                  su esposa. A su lado estaba un hombre alto y delgado, vestido
                  de negro. Tenía el rostro vuelto hacia el otro lado, pero en cuan
                  to lo vimos, reconocimos todos al conde..., con todos los deta




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