Page 336 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
minable. Van Helsing avanzó y cubrió el cuerpo de la dama con
las sábanas, con suavidad, mientras Art, mirando un instante su
rostro pálido, con la desesperación reflejada en el semblante,
salió de la habitación.
Van Helsing me susurró:
—Jonathan es víctima de un estupor como sabemos que
sólo el vampiro puede provocarlo. No podemos hacer nada por
la pobre señora Mina durante unos momentos, en tanto no se
recupere. ¡Debo despertar a su esposo!
Metió la esquina de una toalla en agua fría y comenzó a
frotarle el rostro a Jonathan. Mientras tanto, su esposa se cubría
el pálido rostro con ambas manos y sollozaba de tal modo, que
resultaba desgarrador oírla. Levanté los visillos y miré por la
ventana, hacia el exterior, y en ese momento vi a Quincey Morris
que corría sobre el césped y se escondía detrás de un tejo. No
logré imaginarme qué estaba haciendo allí; pero, en ese momen
to, oí la rápida exclamación de Harker, cuando recuperó en parte
el sentido y se volvió hacia la cama. En su rostro, como era muy
natural, había una expresión de total estupefacción. Pareció
atontado unos instantes y, entonces, pareció que la conciencia
volvía a él por completo, y empezó a erguirse. Su esposa se
incorporó a causa del rápido movimiento y se volvió hacia él, con
los brazos extendidos, como para abrazarlo; sin embargo, inme
diatamente los echó hacia atrás, juntó los codos y se cubrió de
nuevo el rostro, estremeciéndose de tal modo, que el lecho tem
blaba violentamente bajo su cuerpo.
—¡En nombre del cielo! ¿Qué significa esto? —exclamó
Harker—. Doctor Seward, doctor van Helsing, ¿qué significa
esto? ¿Qué ha sucedido? Mina, querida, ¿qué ocurre? ¿Qué
significa esa sangre? ¡Dios mío, Dios mío! ¡Ha estado aquí! —e
incorporándose, hasta quedar de rodillas, juntó las manos—.
¡Dios mío!, ¡ayúdanos! ¡Ayúdala! ¡Oh, Dios mío, ayúdala!
Con un movimiento rápido, saltó de la cama y comenzó
a vestirse. Todo su temple de hombre despertó de improviso,
sintiendo la necesidad de entrar en acción inmediatamente.
—¿Qué ha sucedido? ¡Explíquenmelo todo! —dijo, sin
hacer ninguna pausa—. Doctor van Helsing, sé que usted ama a
Mina. ¡Haga algo por salvarla! No es posible que sea demasiado
tarde. ¡Cuídela, mientras yo voy a buscarlo a él! —su esposa, en
medio de su terror, de su horror y de su desesperación, vio algún
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