Page 339 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                         —Había estado allí y, aunque solamente pudo estar
                  unos segundos, puso todo el estudio en desorden. Todos los
                  manuscritos han sido quemados y las llamas azules estaban
                  lamiendo todavía las cenizas blancas —hizo una pausa—. ¡Gra
                  cias a Dios que está la otra copia en la caja fuerte!
                         Su rostro se iluminó un instante, pero volvió a entriste
                  cerse al agregar:

                         —Corrí entonces escaleras abajo, pero no encontré nin
                  gún signo de él. Miré en la habitación de Renfield, pero... no
                  había rastro de él, excepto... —volvió a guardar silencio.
                         —Continúe —le dijo Harker, con voz ronca.
                         Lord Godalming inclinó la cabeza, se humedeció los la
                  bios y continuó:
                         —Excepto que el pobre tipo está muerto.
                         La señora Harker levantó la cabeza, nos miró uno por
                  uno a todos, y dijo solemnemente:
                         —¡Que se haga la voluntad de Dios!
                         No pude dejar de pensar que Art estaba ocultándonos
                  algo, pero como supuse que lo haría con un fin determinado, no
                  dije nada. Van Helsing se volvió a Morris y le preguntó:

                         —Y usted, amigo Quincey, ¿no tiene nada que contar
                  nos?
                         —Un poco —dijo Morris—. Es posible que sea algo im
                  portante, pero, por el momento, no puedo asegurarlo. Creía que
                  sería conveniente saber adónde iba el conde al salir de la casa.
                  No lo vi, pero advertí un murciélago que remontaba el vuelo
                  desde la ventana de Renfield y volaba hacia el oeste. Esperaba
                  verlo regresar a Carfax en alguna de sus formas, pero, eviden
                  temente, se dirigió hacia algún otro refugio. Ya no volverá esta
                  noche, debido a que el cielo comienza a enrojecer por el este y
                  se acerca el amanecer. ¡Debemos trabajar mañana!
                         Pronunció las últimas palabras con los dientes apreta
                  dos. Durante unos dos minutos, reinó el silencio y me imaginé
                  que podíamos oír el ruido producido por los latidos de nuestros
                  corazones. Entonces, van Helsing, colocando cariñosamente su
                  mano sobre la cabeza de la señora Harker, dijo:






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