Page 338 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  do. Jonathan nos miró por encima de la cabeza inclinada de su
                  esposa, con ojos brillantes, que parpadeaban sin descanso, al
                  tiempo que las ventanas de su nariz temblaban convulsivamente
                  y su boca adoptaba la dureza del acero. Al cabo de unos mo
                  mentos, los sollozos de la señora Harker se hicieron menos fre
                  cuentes y más suaves y, entonces, Jonathan me dijo, hablando
                  con una calma estudiada que debía estar poniendo a ruda prue
                  ba sus nervios:
                         —Y ahora, doctor Seward, cuénteme todo lo ocurrido.
                  Ya conozco demasiado bien lo que sucedió, pero reláteme todos
                  los detalles, por favor.

                         Le expliqué exactamente qué había sucedido y me es
                  cuchó con impasibilidad forzada, pero las ventanas de la nariz le
                  temblaban y sus ojos brillaban cuando le expliqué cómo las ma
                  nos del conde sujetaban a su esposa en aquella terrible y ho
                  rrenda posición, con su boca apoyada en la herida abierta de su
                  garganta. Me interesó, incluso en ese momento, el ver que, aun
                  que el rostro blanco por la pasión se contorsionaba convulsiva
                  mente sobre la cabeza inclinada de la señora Harker, las manos
                  acariciaban suave y cariñosamente el cabello ensortijado de su
                  esposa.
                         Cuando terminé de hablar, Quincey y Godalming llama
                  ron a la puerta. Entraron, después de que les dimos permiso
                  para hacerlo. Van Helsing me miró interrogadoramente. Com
                  prendí que quería indicarme que quizá sería conveniente apro
                  vecharnos de la llegada de nuestros dos amigos para distraer la
                  atención de los esposos atribulados, con el fin de que no se
                  fijaran por el momento uno en el otro; así pues, cuando le hice
                  un signo de asentimiento, el profesor les preguntó a los recién
                  llegados qué habían visto o hecho. Lord Godalming respondió:

                         —No lo encontré en el pasillo ni en ninguna de nuestras
                  habitaciones. Miré en el estudio; pero, aun cuando había estado
                  allí, ya se había ido. Sin embargo...
                         Guardó silencio un instante, mirando a la pobre figura
                  tendida en el lecho. Van Helsing le dijo gravemente:
                         —Continúe, amigo Arthur. No debemos ocultar nada
                  más. Nuestra esperanza reposa ahora en saberlo todo. ¡Hable
                  libremente!
                         Por consiguiente, Art continuó:





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