Page 333 - Drácula
P. 333

Drácula de Bram Stoker


                  rostro adquirió una expresión más firme y grave. Renfield conti
                  nuó adelante, sin darse cuenta de nada:
                         —Cuando la señora Harker vino a verme aquella tarde,
                  no era la misma; era como el té, después de que se le ha echa
                  do agua a latetera.
                         En ese momento, todos nosotros nos movimos, pero
                  ninguno pronunció una palabra; Renfield prosiguió:

                         —No supe que estaba aquí hasta que me habló, y no
                  parecía la misma. No me intereso por las personas pálidas; me
                  agradan cuando tienen mucha sangre, y parecía que ella la ha
                  bía perdido toda. No pensé en ello en ese momento, pero cuan
                  do salió de aquí, comencé a reflexionar en ello y me enfurecí
                  enormemente al comprender que él le estaba robando la vida.
                         Noté que todos los presentes se estremecieron, lo mis
                  mo que yo; pero, aparte de eso, todos permanecimos inmóviles.

                         —Así, cuando vino esta noche, lo estaba esperando. Vi
                  la niebla que penetraba por la ventana y lo así con fuerza. He
                  oído decir que los locos tienen una fuerza sobrenatural, y como
                  sabrá que yo estaba loco, por lo menos a veces, resolví utilizar
                  mi poder. Él también lo sintió, puesto que tuvo que salir de la
                  niebla para pelear conmigo.
                         Lo sujeté fuertemente y pensé que iba a vencerlo, por
                  que no quería que continuara robándole la vida a ella. Entonces
                  vi sus ojos. Su mirada me traspasó, y mis fuerzas me abandona
                  ron. Se soltó, y cuando trataba otra vez de aferrarlo, me levantó
                  en el aire y me dejó caer. Había una nube roja frente a mí y oí un
                  ruido como un trueno. La niebla pareció escaparse por debajo de
                  la puerta.
                         Su voz se estaba haciendo más débil y su respiración
                  más jadeante. Van Helsing se puso en pie instintivamente.
                         —Ahora conocemos lo peor —dijo—. Está aquí, y cono
                  cemos sus fines. Puede que no sea demasiado tarde. Tenemos
                  que armarnos, lo mismo que la otra noche; pero no perdamos
                  tiempo. No hay un instante que perder.
                         No era necesario expresar con palabras nuestros temo
                  res ni nuestra convicción..., puesto que eran comunes a todos
                  nosotros. Nos apresuramos a tomar en nuestras habitaciones las
                  mismas cosas que teníamos cuando entramos en la casa del





                                             332
   328   329   330   331   332   333   334   335   336   337   338