Page 332 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
como las llamas en un incendio. Apartó la niebla a derecha e
izquierda y pude ver que había miles y miles de ratas, con ojos
rojos iguales a los de él, sólo que más pequeños. Mantuvo la
mano en alto, y todas las ratas se detuvieron; y pensé que pare
cía estar diciéndome: "¡Te daré todas esas vidas y muchas más
y más importantes, a través de los tiempos sin fin, si aceptas
postrarte y adorarme!" Y entonces, una nube rojiza, del color de
la sangre, pareció colocarse ante mis ojos y, antes de saber qué
estaba haciendo, estaba abriendo el ventanillo de esa ventana y
diciéndole: "¡Entre, Amo y Señor!" Todas las ratas se habían ido,
pero él se introdujo en la habitación por la ventana, a pesar de
que solamente estaba entreabierta unos centímetros..., como la
luna ha aparecido muchas veces por un pequeño resquicio y se
ha presentado frente a mí en todo su tamaño y esplendor.
Su voz se hizo más débil, de modo que volví a humede
cerle los labios con el brandy y continuó hablando, pero parecía
como si su memoria hubiera continuado funcionando en el inter
valo, puesto que su relato había avanzado bastante ya, cuando
volvió a tomar la palabra. Estaba a punto de hacerlo volver al
punto en que se había quedado, cuando van Helsing me susu
rró:
—Déjelo seguir. No lo interrumpa; no puede volver atrás,
y quizá no pueda continuar en absoluto, una vez que pierda el
hilo de sus pensamientos.
Renfield agregó:
—Esperé todo el día tener noticias suyas, pero no me
envió nada; ni siquiera una mosca, y cuando salió la luna, yo
estaba muy enfadado con él. Cuando se introdujo por la venta
na, a pesar de que estaba cerrado, sin molestarse siquiera en
llamar, me enfurecí mucho. Se burló de mí y su rostro blanco
surgió de entre la niebla, mientras sus ojos rojizos brillaban, y se
paseó por la habitación como si toda ella le perteneciera y como
si yo no existiera. No tenía ni siquiera el mismo olor cuando pasó
a mi lado. No pude detenerlo. Creo que, de algún modo, la seño
ra Harker había entrado en la habitación.
Los dos hombres que estaban sentados junto a la cama
se pusieron en pie y se acercaron, quedándose detrás del heri
do, de tal modo que él no pudiera verlos, pero en donde podían
oír mejor lo que estaba diciendo. Los dos estaban silenciosos,
pero el profesor se sobresaltó y se estremeció; sin embargo, su
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