Page 345 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
como el doctor lo había visto. Van Helsing le preguntó si había
oído "voces" o "una sola voz" y el asistente dijo que no estaba
seguro de ello; que al principio le había parecido que eran dos,
pero que, puesto que solamente había una persona en la habita
ción, tuvo que ser una sola. Podía jurarlo, si fuera necesario, que
la palabra pronunciada por el paciente había sido "¡Dios!". El
doctor Seward nos dijo, cuando estuvimos solos, que no desea
ba entrar en detalles sobre ese asunto; era preciso tener en
cuenta la posibilidad de una encuesta, y no contribuiría en nada
a demostrar la verdad, puesto que nadie sería capaz de creerla.
En tales circunstancias, pensaba que, de acuerdo con las decla
raciones del asistente, podría extender un certificado de defun
ción por accidente, debido a una caída de su cama. En caso de
que el forense lo exigiera, habría una encuesta que conduciría
exactamente al mismo resultado.
Cuando comenzamos a discutir lo relativo a cuál debería
ser nuestro siguiente paso, lo primero de todo que decidimos era
que Mina debía gozar de entera confianza y estar al corriente de
todo; que nada, absolutamente nada, por horrible o doloroso que
fuera, debería ocultársele. Ella misma estuvo de acuerdo en
cuanto a la conveniencia de tal medida, y era una verdadera
lástima verla tan valerosa y, al mismo tiempo, tan llena de dolor
y de desesperación.
—No deben ocultarme nada —dijo—. Desafortunada
mente ya me han ocultado demasiadas cosas. Además, no hay
nada en el mundo que pueda causarme ya un dolor mayor que
el que he tenido que soportar..., ¡que todavía estoy sufriendo!
¡Sea lo que sea lo que suceda, significará para mí un consuelo y
una renovación de mis esperanzas!
Van Helsing la estaba mirando fijamente, mientras ha
blaba, y dijo, repentinamente, aunque con suavidad:
—Pero, querida señora Mina, ¿no tiene usted miedo, si
no por usted, al menos por los demás, después de lo que ha
pasado?
El rostro de Mina se endureció, pero sus ojos brillaron
con la misma devoción de una mártir, cuando respondió:
—¡No! ¡Mi mente se ha acostumbrado ya a la idea!
—¿A qué idea? —preguntó el profesor suavemente,
mientras permanecíamos todos inmóviles, ya que todos noso
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