Page 410 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker



                                        XXVI



                         Del diario del doctor Seward



                                   de octubre. Esto lo escribo en el tren, de Var
                         29       na a Galatz. Ayer, por la noche, todos nos
                                  reunimos poco antes de la puesta del sol.
                                  Cada uno de nosotros había hecho su trabajo
                                  tan bien como pudo; en cuanto al pensamien
                  to, a la dedicación y a la oportunidad, estamos preparados para
                  todo nuestro viaje y para nuestro trabajo cuando lleguemos a
                  Galatz. Cuando llegó el momento habitual, la señora Harker se
                  preparó para su esfuerzo hipnótico, y después de un esfuerzo
                  más prolongado y serio de parte de van Helsing de lo que era
                  necesario usualmente, la dama entró en trance. De ordinario, la
                  señora hablaba con una sola insinuación, pero esa vez, el profe
                  sor tenía que hacerle preguntas y hacérselas de manera muy
                  firme, antes de que pudiéramos saber algo; finalmente, llegó su
                  respuesta:
                         —No veo nada; estamos inmóviles; no hay olas, sino un
                  ruido suave de agua que corre contra la estacha. Oigo voces de
                  hombres que gritan, cerca y lejos, y el sonido de remos en sus
                  emplazamientos. Alguien dispara una pistola en alguna parte; el
                  eco del disparo parece muy lejano. Siento ruido de pasos enci
                  ma y colocan cerca cadenas y sogas. ¿Qué es esto? Hay un
                  rayo de luz; siento el aire que me da de lleno.
                         Aquí se detuvo. Se había levantado impulsivamente de
                  donde había permanecido acostada, en el diván, y levantó am
                  bas manos, con las palmas hacia arriba, como si estuviese so
                  portando un gran peso. Van Helsing y yo nos miramos, com
                  prendiendo perfectamente. Quince y levantó las cejas un poco y
                  la miró fijamente, mientras Harker cerraba instintivamente su
                  mano sobre la empuñadura de su kukri. Se produjo una prolon
                  gada pausa. Todos sabíamos que el momento en que podía
                  hablar estaba pasando, pero pensamos que era inútil decir nada.
                  Repentinamente, se sentó y, al tiempo que abría los ojos, dijo
                  dulcemente:
                         —¿No quiere alguno de ustedes una taza de té? Deben
                  estar todos muy cansados.



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