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Drácula de Bram Stoker


                  es atendido por un secretario. Fue muy amable y ofreció hacer
                  todo lo que estuviera en su poder.
                                 Del diario de Jonathan Harker

                         30 de octubre. A las nueve, el doctor van Helsing, el doc
                  tor Seward y yo visitamos a los señores Mackenzie y Steinkoff,
                  los agentes de la firma londinense de Hapgood. Habían recibido
                  un telegrama de Londres, en respuesta a la petición telegráfica
                  de lord Godalming, rogándoles que nos demostraran toda la
                  cortesía posible y que nos ayudaran tanto como pudieran. Fue
                  ron más que amables y corteses, y nos llevaron inmediatamente
                  a bordo del Czarina Catherine, que estaba anclado en el exte
                  rior, en la desembocadura del río. Allí encontramos al capitán, de
                  nombre Donelson, que nos habló de su viaje. Nos dijo que en
                  toda su vida no había tenido un viento tan favorable.

                         —¡Vaya! —dijo—. Pero estábamos temerosos, debido a
                  que temíamos tener que pagar con algún accidente o algo pare
                  cido la suerte extraordinaria que nos favoreció durante todo el
                  viaje. No es corriente navegar desde Londres hasta el Mar Ne
                  gro con un viento en popa que parecía que el diablo mismo es
                  taba soplando sobre las velas, para sus propios fines. Al mismo
                  tiempo, no alcanzamos a ver nada. En cuanto nos acercábamos
                  a un barco o a tierra, una neblina descendía sobre nosotros, nos
                  cubría y viajaba con nosotros, hasta que cuando se levantaba,
                  mirábamos en torno nuestro y no alcanzábamos a ver nada.
                  Pasamos por Gibraltar sin poder señalar nuestro paso, y no pu
                  dimos comunicarnos hasta que nos encontramos en los Darda
                  nelos, esperando que nos dieran el correspondiente permiso. Al
                  principio, me sentía inclinado a arriar las velas y a esperar a que
                  la niebla se levantara, pero, entre tanto, pensé que si el diablo
                  tenia interés en hacernos llegar rápidamente al Mar Negro, era
                  probable que lo hiciera, tanto si nos deteníamos, como si no. Si
                  efectuábamos un viaje rápido, eso no nos desacreditaría con los
                  armadores y no causaba daño a nuestro tráfico, y el diablo que
                  habría logrado sus fines, estaría agradecido por no haberle
                  puesto obstáculos.

                         Esta mezcla de simplicidad y astucia, de superstición y
                  razonamiento comercial, entusiasmó a van Helsing, que dijo:
                         —¡Amigo mío, ese diablo es mucho más inteligente de lo
                  que muchos piensan y sabe cuándo encuentra la horma de su
                  zapato!




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