Page 416 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
—¿Cómo se llamaba el hombre que se llevó esa caja?
—preguntó el doctor van Helsing, dominando su ansiedad.
—¡Voy a decírselo enseguida! —respondió y, bajando a
su camarote, nos mostró un recibo firmado por "Immanuel Hil
desheim". La dirección era Burgenstrasse 16.
Descubrimos que eso era todo lo que conocía el capitán,
de modo que le dimos las gracias, y nos fuimos.
Encontramos a Hildesheim en sus oficinas; era un he
breo del tipo del Teatro Adelphi, con una nariz como de carnero
y un fez. Sus argumentos estuvieron marcados por el dinero,
nosotros hicimos la oferta y al cabo de ciertos regateos, terminó
diciéndonos todo lo que sabía. Eso resultó simple, pero muy
importante. Había recibido una carta del señor de Ville, de Lon
dres, diciéndole que recibiera, si posible antes del amanecer,
para evitar el paso por las aduanas, una caja que llegaría a Ga
latz en el Czarina Catherine. Tendría que entregarle la citada
caja a un tal Petrof Skinsky, que comerciaba con los eslovacos
que comercian río abajo, hasta el puerto. Había recibido el pago
por su trabajo en la forma de un billete de banco inglés, que
había sido convenientemente cambiado por oro en el Banco
Internacional del Danubio. Cuando Skinsky se presentó ante él,
le había entregado la caja, después de conducirlo al barco, para
evitarse los gastos de descarga y transporte. Eso era todo lo que
sabía.
Entonces, buscamos a Skinsky, pero no logramos hallar
lo.
Uno de sus vecinos, que no parecía tenerlo en alta esti
ma, dijo que se había ido hacía dos días y que nadie sabía
adónde. Eso fue corroborado por su casero, que había recibido
por medio de un enviado especial la llave de la casa, al mismo
tiempo que el importe del alquiler que le debía, en dinero inglés.
Eso había sucedido entre las diez y las once de la noche ante
rior. Estábamos nuevamente en un callejón sin salida.
Mientras estábamos hablando, un hombre se acercó co
rriendo y, casi sin aliento, dijo que habían encontrado el cuerpo
de Skinsky en el interior del cementerio de San Pedro y que
tenía la garganta destrozada, como si lo hubiera matado algún
animal salvaje. Los hombres y las mujeres con quienes había
mos estado hablado salieron corriendo a ver aquello, mientras
las mujeres gritaban:
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