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Este es el mal: cuál es el remedio.
                    Los católicos dicen: la Religión.
                   Más esto no es cierto. En los siglos de mayor triunfo y eficacia de la religión, la corrupción de este
                género de costumbres (el adulterio) fue más escandalosa; probablemente, con todos los abusos de hoy,
                no volverá a ser tan escandalosa jamás.
                   Faltan ideales: faltan goces verdaderos, delicados y profundos. Falta el conocimiento de sí, del que
                vienen las alegrías supremas, dulces consagraciones y decoro. Falta confianza en la existencia
                futura. Falta ciencia y cultura espiritual. [3]
                   Leyendo ese otro fragmento martiano, cualquiera, no prevenido de la armonía del pensamiento del
                Apóstol de Cuba, podría asociarlo con el puritanismo. Uno de los Fragmentos, el 403, traerían al lector
                desprevenido a la certidumbre de una realidad más compleja:
                   Lo que se tiene por lujuria no es muchas veces más que el horror a la soledad, la necesidad de la
                belleza. De lo feo del mundo se busca alivio en la mujer, que es en el mundo la forma más concreta
                y amable de lo hermoso. Y el pensamiento desolado, por conservar su dignidad y justicia, acude a una
                distracción nueva y violenta, que le cambie el rumbo y lo salve del encono. -Y he aquí una inmoralidad
                relativa que ayuda a la moral suprema .- [4]
                    En el Capítulo XII: “El Doctor Torrente”, de MARTÍ EL APÓSTOL, de Jorge Mañach, de la edición
                de marras, hay un pasaje significativo:
                   En el camino hacia la capital, cuando «animada de sueños la frente y frío de destierro el corazón»,
                cruzaba «la fastuosa costa atlántica», se le había adelantado la hospitalidad guatemalteca en una forma
                primitiva y simbólica: la de una espléndida Venus india que se bañaba en un arroyo y a quien halló
                propicia a un idilio fugaz bajo la selva.
                   En el poema Sed de Belleza, de José Martí, en la segunda estrofa hallo estos versos, extrañado de que
                Mañach no los cite:
                               Dadme lo sumo y lo perfecto: dadme
                               (…): --la manceba
                               India que a orillas del ameno río
                              Que del viejo Chitchen los muros baña
                              A la sombra de un plátano pomposo
                              Y sus propios cabellos, el esbelto
                              Cuerpo bruñido y nítido enjugaba.
                   Me gusta imaginar que, el auténtico Ismaelillo, hubiese encarnado no en el vástago oficial de quien
                tan poco y no muy bien se habla, sino en el fruto de aquel “idilio fugaz bajo la selva” guatemalteca: un
                Martí indio.
                   Y es que el Apóstol va a donde está la llaga, no para condenar a la manera de un puritano de cualquier
                tiempo y lugar, sino para iluminar y sanar, a la manera de Jesús, que hizo un poco de lodo con tierra y
                saliva, untó con él los ojos del ciego y le dijo: Vete y lávate en la piscina de Siloé (que quiere decir el
                Enviado). El ciego fue, se lavó y, cuando volvió, veía claramente. [Juan 9, 6].
                   «Cristo inútil», le había llamado un veterano de la Guerra del 68 a Martí. [5]

                3.- «¡Tengo miedo de morir antes de haber sufrido bastante!»

                   Quien escribe estas líneas, vivía en Madrid en 1995, cuando --por el centenario de la pérdida de Cuba
                como colonia-- la prensa plana creyó oportuno sacar a relucir el papel jugado por José Martí en tamaña
                debacle,  acusándolo  (al  menos  en  uno  de  los  artículos  periodísticos  que  desafortunadamente  no
                conservo) de haber vendido la Isla más hermosa que ojos vieron a los Estados Unidos de América. En
                ese mismo contexto, asistí a una charla impartida (en una sala de una institución madrileña que no
                recuerdo) por el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, donde el autor de los Tres Tristes Tigres
                afirmó que José Martí se había suicidado en Dos Ríos. Un siglo después, el mejor de los hijos de Cuba,
                seguía siendo vapuleado como un «Cristo inútil». Eso sentí yo.



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