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No creo que Cabrera Infante desconociera esa frase martiana que cita José Lezama Lima en su profecía
“La casa del alibi”, sobre la resurrección histórica de Martí: «Tengo miedo de morir antes de haber
sufrido bastante» [6]. Porque Martí cree en la reencarnación es que quiere sufrir bastante para no tener
que regresar. Ciertamente, la posibilidad de matarse, como liberación de la burda autoridad paterna
queda registrada en una carta del joven Martí a su maestro Rafael María de Mendive:
Me ha llegado a lastimar tanto, que confieso a usted con toda la franqueza ruda que usted me
conoce, que solo la esperanza de volver a verle me ha impedido matarme. La carta de usted de ayer
me ha salvado. Algún día verá usted mi Diario, y en él que no era un arrebato de chiquillo, sino una
resolución pesada y medida. [7]
Y no será la única vez que encontremos el tema del suicidio a lo largo de la obra literaria de José Martí.
Pero más importante, por su abundancia y riqueza semántica, es el tema de la Muerte -como corona de
una vida donada en sacrificio- en la vasta obra literaria del poeta y pensador cubano:
Martí, a quien las marchas continuadas han irritado su vieja dolencia, produciéndole un infarto
inguinal que le impide moverse y aun armarse, ha quedado en el campamento de la Bija. Allí, a la luz
de una vela, escribe en la noche del 18 [de mayo de 1895], la carta a Manuel Mercado –su amigo fiel de
México--, en que revela ya explícitamente su secreto político:
…ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber –puesto que lo entiendo,
y tengo ánimo con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan
por las Antillas los Estados Unidos de América y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras
de América. Cuanto hice hasta hoy y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como
indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo
que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin… Viví en el
monstruo y le conozco las entrañas: y mi honda es la de David.
Baste esta carta, en la que Martí declaraba también su rumbo «al centro de la isla, a deponer yo, ante
la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dio», (…) interrumpida por la
llegada de Bartolomé Masó y su gente. El jefe de Manzanillo prefirió acampar en la Vuelta Grande, al
otro lado de Contramaestre y a una legua de Dos Ríos. Martí se trasladó con él después de pasar aviso a
Gómez. [8] Baste esta cita para confirmar ese sentido crístico, sacrificial, de la vida para Martí; que
rebate, de paso, la ignorante acusación del articulista español al Apóstol de Cuba.
Al poeta, al pensador, al humanista que consideraba la revolución recurso que solo ha de tentarse
cuando todos los demás han fracasado [9], y que a la muerte de Karl Marx dijese: «Como se puso al
lado de los débiles, merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño, y arde en ansias generosas
de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blando al daño. Espanta la tarea de echar a los
hombres sobre los hombres. Indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros.
Mas se ha de hallar salida a la indignación, de modo que la bestia cese, sin que se desborde, y espante»
[10], le corresponde organizar la guerra que definitivamente librara a Cuba de la condición de colonia
de España e hiciese posible la instauración de una República, a salvo de otras asechanzas.
«Y Cuba debe ser libre de España y de los Estados Unidos» [11]
Sin odios inútiles:
«Soy cubano, y he padecido mucho por serlo; pero mi padre fue valenciano, y mi madre es canaria,
y así como ellos me tuvieron en mi tierra, así tengo en mí un ardentísimo cariño para mis dos patrias,
sin el odio y la injusticia que los afearían y privarían si [inconcluso]» [12]
4- Alma pura.
Los pueblos fanáticos son malos.
Todo tiene en la vida su cantor y su poema. -- Pero el poema del fanatismo es terrible .--El Circo
en Roma, la Saint-Barthèlemy en Francia, la Inquisición en España--horrorosos cantos.--Nerón,
Catalina de Médicis, Torquemada,--bárbaros cantores.[13]
Por aquellos días había llegado a Nueva York Óscar Wilde, con su indumento deliberado y su
crisantemo en el ojal. Era la sensación de la sociedad “snob” y el escándalo de los periódicos que
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