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cultivaban la tradición de la virilidad pionera. Martí fue a oírle en Chickering Hall. Al día siguiente
                escribió para “El Almendares”, de La Habana, una versión respetuosa de la lectura y del hombre. Con
                su  característica  ausencia de humor  enjuiciaba gravemente  el atavío del «elegante apóstol»,
                defendiéndole de la vulgaridad yanqui. [14]
                   He ahí a Óscar Wilde: es un joven sajón que hace excelentes versos (…)    ¿Será respetable ese
                atrevido mancebo, o será ridículo? ¡Es respetable! Es cierto que, por temor de parecer presuntuoso,
                o por pagarse más del placer que de la contemplación de las cosas bellas, que del poder moral y fin
                transcendental de la belleza, no tuvo esa lectura que extractamos aquella profunda mira y dilatado
                alcance que placerían a un pensador. Es cierto que tiene algo de infantil predicar reforma tan vasta,
                aderezado con un traje extravagante que no añade nobleza ni esbeltez a la forma humana, ni es más
                que una tímida muestra de odio a los vulgares hábitos corrientes. [15]
                   Martí defiende al elegante apóstol que quince años más tarde, en 1897, escribirá: DE PROFUNDIS,
                una epístola a Lord Alfred Douglas desde la prisión de Reading, adonde por dos años lo confinó la
                denuncia por sodomía presentada por el marqués de Queensberry (padre de Lord Alfred Douglas) contra
                Oscar Wilde. Martí obviamente no vivió para conocer los hechos que llevaron a Wilde a cumplir esa
                condena  y  a  escribir  su  libro-epístola,  pero  la  crónica  de  aquella  noche  luminosa  de  1882,  es  un
                testimonio más del alma pura de un hombre íntegro, capaz de reconocer lo bello y lo bueno del espíritu
                de un hombre cuya debilidad lo convirtió en cantor de una forma de fanatismo: el victoriano.
                   En el mismo Capítulo XIX, de MARTÍ EL APÓSTOL, también nos cuenta Mañach:
                   Martí rompía metros y ritmos  para hacer  de su verso  como  «crin  hirsuta». Cuando aún no
                prosperaban sino los residuos del patetismo romántico,  o la  fría plástica de las Academias, él
                desencadenaba las voces más profundas y convocaba al lenguaje sus concreciones más enérgicas. La
                voz contemporánea  y cercana de Whitman le  animaba, sin duda, en  aquel ensanchamiento  de  la
                provincia poética para que comprendiera todos los episodios vitales. La poesía no era ya para él forma
                ni actitud, sino cosas y vida.
                   (…) este poeta viejo, cuyo libro pasmoso está prohibido.
                   (…) cuando se ven frente al hombre padre, nervudo y angélico Walt Whitman, huyen como de su
                propia conciencia y se resisten a reconocer en esta humanidad fragante y superior el tipo verdadero
                de su especie, descolorida, encasacada, amuñecada.
                   Hay que  estudiarlo,  porque si  no es el poeta  de mejor  gusto, es  el más intrépido, abarcador y
                desembarazado de su tiempo (…)
                   (…) Pero ayer vino Whitman del campo para recitar, ante un concurso de leales amigos, su oración
                sobre aquel otro hombre natural, aquella alma grande y dulce, «aquella poderosa estrella muerta del
                Oeste», aquel Abraham Lincoln. Todo lo culto de Nueva York asistió en silencio religioso a aquella
                plática resplandesciente (…)
                  (…) Ese lenguaje ha parecido lascivo a los que son incapaces de entender su grandeza; imbéciles
                ha habido que cuando celebra en Calamus, con las imágenes más ardientes de la lengua humana, el
                amor de los amigos, creyeron ver, con remilgos de colegial impúdico, el retorno a aquellas viles ansias
                de Virgilio por Cebetes y de Horacio por Giges y Licisco. Y cuando canta en Los hijos de Adán el
                pecado divino, en cuadros ante los cuales palidecen los más calurosos del Cantar de los cantares,
                tiembla, se encoge, se vierte y dilata, enloquece de orgullo y virilidad satisfecha, recuerda al dios del
                Amazonas (…) [16]
                   Si la crónica a Oscar Wilde es capaz de sorprender por la manera en que Martí sintetiza el discurso
                del orador, la dedicada a Walt Whitman confirma que se está ante un cronista genial. Y confirma también
                la grandeza del alma pura --¡puritana, no! --del Apóstol de Cuba.



                [1] Jorge Mañach, MARTÍ EL APÓSTOL. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1990.
                [2] EL MARTÍ QUE YO CONOCÍ, de Blanche Zacharie de Baralt, Capítulo: “El Hombre”. Centro de
                Estudios Martianos / Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1990.


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