Page 27 - Libro para Angi
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MARiA ANTONIETA OSORNIO RAMIREZ
gobernar mi vida, y esta qued6 a la deriva, como un barco desgarrado
por la tempestad que ha perdido el tim6n y la vela y navega capricho-
samente, a punto de hundirse en cualquier instante. En esos tres afios
penetre al infierno, hundiendome en la desesperaci6n, con un dolor
fisico intensfsimo y un sufrimiento emocional indescriptible.
En cuanto ingrese al Hospital Militar me internaron en terapia
intensiva y tardaron dos semanas para operarme. Parecfa que a los
medicos les pesara la recomendaci6n presidencial y en vez de acelerar
las acciones, las demoraban desesperadamente. Ve fa entrar y salir gente
de mi habitaci6n. Mi familia inconsolable. Serafin hecho pedazos. A
veces, coma en suefios, escuchaba voces conocidas, otras, vefa que
alguien movfa la boca sin poder oir sus palabras.
Por fin, despues de dos semanas, los doctores se decidieron a
operar el cuello pul verizado. Habfa quedado como pollo desnucado y
aunque la comparaci6n es grotesca, no encuentro ninguna otra que sea
tan exacta. Al abrir el cuello, me cont6 el doctor mas adelante, parecfa
vomitar lfquido por la incision: era la medula espinal que se desparra-
maba. Me quitaron un pedazo de hueso de la cadera para reestructurar
la columna y me pusieron un transplante 6seo que habrfa de fijar el
cuello de manera permanente. Te6ricamente, ya no podrfa moverlo des-
pues de esa operaci6n ... ni ninguna otra parte de! cuerpo.
Despues de la operaci6n, la esperanza de sobrevivir dependfa de
una tracci6n de dieciocho kilos. Me fijaron cuatro tornillos al craneo
que a su vez llevaban fija una corona. Del centro de la corona pendfa el
peso que jalaba el cuello. Sin anestesia alguna me taladraron cuatro
agujeros en el craneo. Tenia que ser asf porque yo tenia que avisar has ta
d6nde podfan taladrar. A los dos dias se botaron los tornillos que fijaban la
corona y tuvieron que hacerme otros tres agujeros y volver a fijarla.
Literalmente sentfa que me arrancaban la cabeza y el cerebra, al
grado de que me desmayaba por la intensidad del dolor.
En esa primera etapa, en el hospital, la mas crftica, estuve a pun to
de morir varias veces. Recuerdo ocasiones en que el personal medico
corrfa de un lado a otro, diciendo que ya no tenia pulso y tratando de
resucitarme. No podfa hablar ni moverme, estaba con los ojos cerrados,
pero escuchaba todo y me llenaba de pavor imaginandome la posibili-
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