Page 143 - Desde los ojos de un fantasma
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cautiverio porque precisamente en el número 120 de la rua Garrett, en la planta

               baja de un pequeño edificio de cuatro plantas, se encontraba el café A Brasileira.
               Lugar muy conocido porque a principios del siglo XX el escritor Fernando
               Pessoa solía pasar allí las tardes.


               Tantas y tantas tazas de café tomó el poeta en A Brasileira que en la terraza hay
               una estatua que inmortaliza el hecho.

               En realidad tiene poca relevancia que un poeta tome café (o se lance en

               paracaídas). Lo importante en este caso son los versos que dejó escritos, y
               todavía más la ciudad que surgió a partir de esos versos.

               Fernando Pessoa escribió siete libros y una ciudad: Lisboa.






               La estatua representa a un Pessoa flaco y ensimismado en el momento justo de
               tomar de una pequeña mesa una taza invisible. Dirán algunos que está atrapado
               en la mágica creación de un verso, pero tal vez trata de recordar en dónde dejó
               las llaves de su escritorio o cuándo es el cumpleaños de su abuela Dionisia.


               ¿Quién puede saberlo?


               Los poemas nacen, a veces, de las cosas más pequeñas.






               Juan Pablo había compartido la mesa muchas veces con la estatua del escritor.
               Por eso sabía perfectamente en dónde debía presentarse para comenzar su
               cautiverio. Subió por la rua Garrett, pero en el número 120 no había ni café ni
               estatua. Al llegar adonde debería estar el local de A Brasileira, el fadista se
               encontró con una fría sucursal del Smileys Café, y en lugar de un absorto Pessoa
               se encontró con una figura de plástico que representaba a un sonriente perro
               chihuahueño.


               Al principio pensó que se había equivocado. Caminó una cuadra más creyendo
               que tal vez su eterno despiste lo confundía, pero de A Brasileira ni sus luces.
               Juan Pablo olvidó que estaba allí para cumplir un autosecuestro y no a la
               búsqueda de cafés y regresó al local marcado con el 120.
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