Page 145 - Desde los ojos de un fantasma
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—No se preocupe, no es para tanto. Ábrame, por favor.


               —De ninguna manera, yo no voy a involucrarme en un delito. Y menos
               tratándose de mi artista favorito.


               —Usted no se involucrará en nada, créame. Si me abre la puerta me estará
               haciendo un favor.


               —Cánteme un fado.


               —¿Qué?


               —Lo que escuchó.


               —¿Cómo voy a cantarle un fado?


               —Pues como se cantan todos los fados: con guitarra y sentimiento. Si me gusta
               la canción me asomaré por el balcón (es el segundo hacia la izquierda) y le tiraré
               la llave.


               —¿Alguna preferencia? —preguntó el fadista con desgano.

               —Sorpréndame.


               Para estar más cómodo, Juan Pablo se despojó de la cazadora y la colgó de la
               saliente de un farol. Se colocó debajo de la ventana y comenzó a cantar “La
               víspera oxidada”, un fado que hablaba de grises mañanas sin esperanza. Los que

               bebían café en la sucursal de Smileys reconocieron al fadista y se acercaron para
               disfrutar su interpretación, mientras arriba, apenas asomada por la abertura de
               una persiana, la mujer de la limpieza imaginaba que Juan Pablo le estaba dando
               una romántica serenata.


               Cuando el fado terminó, la mujer abrió de par en par el balcón, concedió tres o
               cuatro aplausitos para su ídolo y después, con donaire, lanzó el manojo de llaves
               como si se tratara de la flor que le lanza una doncella al caballero al que quiere
               conquistar.


               —Gire a la derecha y jale un poquito la puerta. A veces se atora.


               Arriba la mujer lo recibió con limonada y una gran sonrisa.
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