Page 37 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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minuto, aunque se notaba un poco adormecido: era la hora de su siesta.
Leopoldo sacó de su maletín tres frascos pequeños, unas pequeñas pinzas y una
aguja que terminaba en gancho. Por primera vez vi cómo el fantasma aspiraba el
aroma de las verduras para luego guardarlo en los frascos. Observé su método
para desteñir el color de la ropa y la manera en que rascaba la tinta de los libros.
Trabajaba con gran rapidez y sus tesoros los iba guardando rápidamente en la
maleta donde tenía cientos de frasquitos.
De esta manera fuimos conduciendo a Leopoldo hasta mi casa, pero habíamos
calculado mal y el fantasma se detuvo a unos metros de la puerta.
—Hacen falta más objetos para la colección —observó la mujer—. Ya falta
poco, anda niño, dame algo asqueroso ¡rápido!
Pero yo no podía encontrar en una asquerosidad así nada más, las antipatías y
repugnancias son cosas que se cuecen a fuego lento con mucha dedicación.
—¡Dame ese cucharón de madera que está tirado allí! —me ordenó.
—Ese cucharón no me resulta repugnante.
La mujer tomó el traste de madera y me dio un buen golpe en la cabeza.
—Ahora sí te lo parecerá. —Y lo arrojó dentro de la casa. Inmediatamente
Leopoldo fue sobre el traste y lo rascó de tal modo que se convirtió en aserrín.
Al terminar, el fantasma se levantó, estaba delante del espejo en la cesta de
mimbre, la fantasmera.
La mujer se colocó al lado del espectro y me preguntó:
—Oye niño… ¿Te caigo mal?
La miré confundido.
—No te hagas, crees que soy una asquerosidad de persona —dijo.
—Bueno, así tanto como una asquerosidad… no —reconocí.
La mujer levantó la mano como si fuera a darme otro sopapo, pero no hizo falta,